lunes, 25 de agosto de 2014

A VECES, AUNQUE DUELA, ES MEJOR DECIR ADIÓS


“Siempre habrá algo o alguien que querrá ubicarte al otro lado de la alegría…” Pedro L. Villalonga y Cardona

Durante un tiempo me hizo sentir como un ángel al que hubieran arrancado sus alas. Ya no era ni su amiga, ni su cómplice, ni su amante. Muchas veces, en momentos lúcidos y alegres, me decía que como una brújula, cuando las nieblas mentales le acuciaban, yo conducía. Como todo mito me caí del pedestal donde me había ubicado, tal vez demasiado alto.

Él sabía que se me daba mejor escribir que hablar. Por lo general cuando hablo, o me excedo o me quedo corta; esto me produce muchas veces animadversión y me encierro en mis mundos de silencio. No suelo dar rienda suelta a sentimientos y menos en público. Aquel día hice la maleta y dejé sobre la cómoda un sobre con una larga carta. Era mi mejor manera de expresar lo que sentía.

Un modo de no decepcionar y decepcionarse es no poner los deseos en manos de los demás. Somos humanos y con asiduidad, nos gustaría que fueran menos, la pifiamos. Según él yo me descuidaba, ponía poco interés en sus problemas, incertidumbres y pasiones.

Él nunca quiso que le ayudaran, oía pero no escuchaba. Con la excusa de vivir en su caparazón para que no le hicieran daño, cada día soportaba menos la presencia de las personas. El pretexto siempre fue el mismo, era un incomprendido que jamás se sintió apoyado. Intente entender esos tiempos de desolación que le acechaban pero no estaba en sus emociones para saber con plenitud hacia dónde dirigir mis pasos.

Pero ¿Entendía él a los demás, amparaba a los que estaban a su lado? Nunca toleró la humanidad de sus semejantes. Sus pensamientos eran toda la razón, los demás se equivocaban.

Me solía decir que admiraba mi ímpetu. Nada más lejos, las grandes fortalezas a menudo, esconden y protegen como un escudo magnas debilidades. Él sabía de mi entusiasmo por la vida. Intento superar el pasado, me deprimiría cabalgar día tras día sobre historias concluidas; tampoco pienso en el futuro pues la incertidumbre me llenaría de ansiedad. El presente es lo único que me serena y en él voy evolucionando sobre mis errores.

He intentado caminar por un tiempo a su lado pero al final, me rendí. Ninguna palabra o hecho era aceptable y arremetía con fuerza, también hacía daño. No era el único maltratado. Se hiere sin querer, se enjuicia olvidando lo compartido.

Tal vez es cierto que hay personas que no soportan la alegría del prójimo, la fuerza para seguir luchado a pesar de las dificultades. Intentan arrastrarte a su tumultuosa existencia. Entonces llega el momento definitivo de tomar una dirección diferente. Cuando el viento gélido se coloca entre las relación, llega la hora de la despedida, deseando de corazón que algún día él salga del aislamiento y la tristeza.

No puedo permitir abandonar el lado de la alegría aunque tampoco he tenido fácil las sonrisas. Mientras que tenga fuerza, seguiré en el propósito de ser feliz. No pensaré en mi futuro, tal vez más funesto que el de él.

Mi corazón me avisó del acecho de ciertas actitudes y rara vez se equivoca; los pesimismos me ahuyentan. Necesito inflexiblemente mirar con los ojos de la esperanza, creer en el amor y en las personas.

Siento si en algún momento le ofendí o menosprecié, espero que me disculpe; yo también perdonaré sus desdenes; le amé, hace tiempo que deje de decir “te quiero”, querer es poseer y nadie es dueño de nada salvo de su destino. Le di las gracias por todo y cincelé un ¡Adiós! sobre el papel.

Miro por la ventana con una humeante taza entre mis manos. Las hojas de los árboles han comenzado a caer. A pesar de la despedida definitiva, en algún que otro momento aparece su sombra, en un objeto o un recuerdo. Tan solo hace un año fuimos a tomar café, agarrados de la mano y arrastrando los pies entre las apergaminadas hojas que cubrían el suelo del parque. Evoco la sensación de paz y la sonrisa de ambos al jugar como chiquillos sobre aquel manto. Me duele la distancia pero hay decisiones que no queda más remedio que afrontar. Algún día sabré el propósito de nuestra relación o tal vez no. Hoy tan sólo sé que nuestro cruce de caminos ha servido para afianzarme en el deleite por la existencia.

lunes, 18 de agosto de 2014

EN LA INSPIRACIÓN


“Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando.” Pablo Picasso

La libélula se quedó inmóvil sobre la superficie del agua. El estanque lleno de nenúfares hacía las delicias de muchos de los inquilinos del hostal. Solía pasar todo el verano en aquel lugar idílico, alejada de la civilización; estaba rodeado de exuberante vegetación, arroyos, cascadas y remansos fluviales.

El silencio que se respira entre los sonidos de la naturaleza me hace divagar. Cierro los ojos. Hago un recorrido por los muchos minutos disfrutados en este entorno, por las muchas personas que me acompañaron y me acompañan. En esta apacible soledad me encuentro a mí misma y mi inspiración se sumerge en mundos imprevisibles.

Tras un par de horas junto al estanque cae la tarde y los sonidos de la noche van ganando espacio a los durmientes fragores del sol. Pero a veces, como si pasara un ángel, por un breve instante, hay silencios. El reloj de Dios se ha parado para ganar tiempo a la liviandad de nuestra existencia.

Cierro el manuscrito y lo dejo descansando sobre la mesa de madera. He terminado, la historia está finalizada. Mi última palabra un acrónimo del que sólo yo sabré su significado, o tal vez alguien descubra su vibración. He escrito más páginas en estas jornadas que a lo largo de todo el año. Las sílfides junto a gnomos, elfos y hadas me han arropado, vertiendo en la noche su tamo mágico. Mis sueños, durante estos últimos días, son un hervidero de ideas que incomprensiblemente al despertar no he olvidado, como es habitual.

La noche ha caído con parsimonia. El cielo se ha cubierto de chispas luminiscentes que decoran a la adorada Selene. De pronto, una estela cruza el firmamento, como una espada rasgando una gran tela de seda marina. Hacía tiempo que no veía una estrella fugaz, como si fuera un mensaje, vuelvo a cerrar los ojos y pido un deseo.

Como cada noche junto a los nenúfares, Ethan me trae una gran copa de bolas de chocolate decoradas con el mismo elixir líquido y dos barquillos. Un sencillo homenaje que me hace sentir enamorada, lo compartimos. Estoy en el paraíso con el sonido del chapoteo del agua, las caricias de la sutil brisa, el sabor dulce en mi boca, los ojos perdidos en la vía láctea y el olor húmedo con perfume de flores; él es la culminación perfecta, el que cierra el círculo ¡Se puede pedir más!

Comenzamos nuestro ritual. Nos quitamos los zapatos y reposamos los pies sobre la fría hierba, el contacto con Gaia en el verano es imprescindible, ahuyenta a los genios malignos. Se percibe una energía extraña que sube, un hormigueo encantador. Una deidad invisible nos invita a la seducción. Nuestras manos furtivas se unen como dos adolescentes acariciándose por debajo del mantel. Le miro, me mira y sin mediar palabra sabe que he terminado mi libro. Ambos percibimos nuestros pensamientos y deseos: el tiempo que resta hasta el final del estío es tuyo y solamente tuyo.

Espero terminar mis días en este paraje encantado junto a Ethan. Cuando repliegue mis velas, sabiendo que arribo a mi último puerto, sería todo un sueño dejarse arrastras por las sílfides que me inspiran y habitan en el estanque. Escuchar a los gnomos sus misceláneas sabidurías, mientras los elfos me conceden unos minutos más para deleitar mi espíritu.

Antes de perdernos entre el bosque y la vegetación saco tres monedas, hago un agujero y las entierro junto al viejo álamo. Espero que los duendes me concedan el favor de retornar. Volver a escuchar los sonidos de este mundo mágico, ajeno al caos.


Pero por ahora, aún por estas maravillosas moradas, seguiré dejando retozar mis pasiones junto a mi cómplice. Henchida de alegría por un trabajo que en algunos instantes sopesé no concluir.

¡Feliz Lugnasad!

viernes, 1 de agosto de 2014

SU SUEÑO, MI SUEÑO


“Vivir sus deseos, agotarlos en la vida, es el destino de toda existencia” Heráclito

Habíamos imaginado miles de veces ese momento. Él me prometió que compartiríamos la experiencia en cuanto pudiéramos. Anhelo su presencia, esta noche será una de las más inolvidables de mi vida y a su vez de las más melancólicas, sentimientos encontrados.

Casi no dormí en toda la noche. El tiempo apenas avanzaba en el trabajo a lo largo de la mañana. Tampoco pude comer demasiado, miles de mariposas en el estómago. Ya solo quedan cuatro horas para el comienzo de la representación. Tendré que espolear los minutos, no quiero dejar ningún detalle al azar y aún tengo muchos por ultimar.
Me ducho con rapidez poniendo especial empeño en el pelo, champú, suavizante y aclarados en abundancia. Necesito que mi cabello esté impecable. Mis grandes rizos húmedos caen sobre mi espalda. No quiero maquillarme, iré como a él le gustaba, natural.

Sobre la cama la ropa interior negra, el vestido largo de seda gris, y los zapatos y el bolso de plata bruñida. En el tocador una caja de terciopelo azul que protege mi legado para esta ocasión; una elegante pulsera y un prendedor en forma de estrella, ambos de hilos de plata con cristales de Swaroskis. La estrella quedará perfecta sobre el rojo de mis cabellos. Aquellas joyas habían sido el delirio de un sueño que él me infundió desde pequeña. Me decía que las guardara para cuando llegara la noche deseada, señalaba que lucirían espectaculares.

Estaría orgulloso y feliz de que al fin pudiera disfrutar tangiblemente de lo que tantas y tantas horas nos había ocupado, unas veces escuchando y otras hablando sobre ello. Desde mi inocente niñez siempre mariposearon por casa las notas de Mozart y hoy seguían revoloteando en los recuerdos y en cada jornada de mi vida actual. Él despertó mi pasión por la música y por la ópera.

Pronto llegaría Jacques a recogerme, mi jefe. Creo que mi vida ha estado supeditada a ese gran sueño que heredé de mi padre. Tal vez para muchos será exagerado pensar que, hasta que no conseguí un empleo en New York, no ceje en el intento tan sólo por perseguir la velada que me esperaba esta noche. Llevo trabajando en esta solemne ciudad un año como secretaria personal de Jacques Brown, jefe de una empresa dedicada a software de gestión de mantenimiento para grandes espectáculos musicales.

Al fin, vestida, ya solo me faltaban mis dos apreciados adornos, serían los únicos que llevaría. Cogí el prendedor de estrella y me le coloqué sobre mi cabello, en el lado izquierdo. Luego tomé la pulsera y me la abotoné a la muñeca con aquella pequeña estrella de cristal que se engancha en la presilla.

Suena el portero eléctrico, me avisan que el coche para recogerme ha llegado. Cojo mi bolso de mano y un chal de gasa perlado. Jacques espera junto al auto, serio, formal, con un smoking negro, camisa blanca, pajarita de seda y zapatos de charol. Su azabache y ondulado pelo, engominado, le da otro aire; en el trabajo siempre lo lleva despeinado. Me da un beso en el rostro y me mira con ojos centelleantes. Abre la puerta y entro en el coche. Dentro, me expresa que estoy asombrosa, pero creo que es la felicidad del momento lo que me hace parecer exultante. Espero disfrutar de la noche hasta el alba y saborear cada instante en su compañía. Jacques comparte conmigo la misma pasión y el mismo sentimiento. Lo hemos descubierto hace poco.

Hoy voy a cumplir el sueño de mi padre, el que él nunca pudo realizar. Llegamos a la gran plaza Lincoln Center, todo esta tan iluminado que parece que entras en un mundo dorado luminiscente. La fuente central despide grandes manantiales de agua hacia el firmamento que producen bruma, la frescura de la humedad alivia el ímpetu que me inquieta. Frente a mí, el Metropolitan Opera House de New York con su fachada de cinco arcos de medio punto y muros acristalados; flanqueado por otros dos inmensos teatros, el New York State Theater y el Avery Fisher Hall. Agarro fuerte la mano de Jacques, entramos en el impresionante vestíbulo de mármol italiano, alumbrado por hermosas arañas de cristal. Esto es un sueño, nuestro sueño.

Cuando ocupamos el palco en el tercer piso, ya en el aforo, soy una niña encandilada por un inmenso regalo, sigo sin soltar la mano de Jacques. El impresionante dorado del techo y las paredes, contrasta con el rojo de las butacas. El auditorio, abarrotado, espera a que suban el telón con un murmullo opaco de charlas. A mí casi no me salen las palabras. Hoy es el estreno de “Le Nozze di Figaro” de Mozart, interpretada por Cecilia Bartoli y Bryn Terfel. Mi padre siempre quiso ver una ópera de su autor favorito en el Met.


Silencio, comienzan a subir el telón. Aparece el escenario emulando la habitación que el Conde de Almaviva ha regalado a Fígaro para quedarse tras su boda con Susanna. En dicho escenario Fígaro y Susanna están ocupados con la ropa y los muebles. Comienza el espectáculo.

Me llamo Susana.

Con lágrimas en los ojos, apretó aún más la mano de Jacques y dirijo mi mirada hacia el impresionante techo ¡Papá, lo logramos! Hoy se cumplirá nuestro sueño.