viernes, 28 de noviembre de 2014

EL JARDÍN DE VAN DER DECKEN


Aquel rincón era un centro telúrico, un punto álgido de vibraciones terrestres. Estar allí bajo su dominio y bañada por los rayos del sol del ocaso aliviaba todo su delirio. Aquel jardín tenía influencia sobre ella pero también era parte de la esencia de él. Sobre la mesa de madera reposaba el cuaderno y la pluma, esperando una respuesta que tardaba en llegar.

Nina reflexiona rodeada de las plantas y los árboles. A su lado derecho varios mirtos y un gran cerezo de hojas esmeralda que le da sombra, ambos evocan a la fecundidad y al amor. Se tranquiliza con sus pies descalzos rozando miles de aromáticas florecillas blancas de manzanilla. El acebo en una esquina sombría donde ahuyenta a los malos espíritus. El roble, uno de los árboles favoritos de Ian, traído desde las tierras de sus ancestros; bajo su protección se reunían los druidas y los amantes. El ciprés de la entrada siempre le pareció arrogante. Un jilguero gorjea en el tejo centenario, árbol mágico de vida y muerte; solo con tomar sus bayas viajaría al mundo de Hades. El madroño que en otoño habrá teñido de sangre sus bayas, su jugo embriaga la razón. Todo tenía sentido en aquel oasis.

El aire llena los pulmones de Nina que cierra los ojos e inspira con fuerza. Aquel jardín es aliento para su alma. A ella le seduce el sonido del viento enredado en las ramas, el aroma del espliego, el tacto húmedo de las gotas de rocío y los miles de reflejos que destellan en la copa de vino que también descansa sobre la mesa; el líquido en el paladar es dulce ambrosía escarlata, ella lo comparte con Ian en muchos momentos.

Se levanta y camina con sus pies desnudos acercándose a aquel rosal extraño de flores malvas. Echa de menos a Ian, su esencia le acompaña entre sus plantas pero ¡Está tan lejos! Añora su mirada. Esos sentimientos encontrados que le acercan entre sus dominios cuando miles de kilómetros los separan. Anhela su regreso pero desconoce si él la ansía en la distancia.

Se vuelve a sentar junto al cuaderno y la pluma. Ha de escribir, encadenar palabras para autoanalizar su ansiedad pero no encuentra el rumbo. Vuelve a beber un sorbo de vino, su mente comienza a enajenarse. Nunca toleró el licor pero lo toma porque a él le gusta. Otra de las maneras de aproximarse a Ian en momentos de soledad.

Se recuesta sobre el brazo y vuelve a cerrar los ojos, poco a poco se pierden los sonidos. Cree que está durmiendo pero sigue en el jardín, en aquel rincón. Se sobresalta, no está sola, le acompaña un hombre de edad madura, con una gorra de capitán y una pipa en su boca. El pelo que le asoma bajo la gorra y el bigote unido a sus patillas es agrisado, el tiempo también navega en sus cabellos. Manos encallecidas y robustas sujetan la pipa. Sus ojos, de un azul transparente, la miran con dulzura. Saca su pipa de la boca y comienza a hablar, con una voz calmada, cortes y reservada.

- Hola Nina, me llamo Van der Decken, soy el capitán del Holandés Errante. ¿Oíste alguna vez hablar de nosotros? Andas perdida, buscas y no hallas sosiego. Cuando el embrujo del Mar del Norte usurpa el espacio, no hay escape. Deberás dejarte llevar hasta hundirte en sus profundidades y tu maldición será eterna, pues surcarás sus aguas por siempre y, tan sólo cada cierto tiempo, podrás descansar tu alma en tierra firme. En esa tierra que es su cuerpo, en ese océano que será su sangre y en ese aroma salobre que cubre su piel. Déjate arrastrar, aprende a atravesar las olas hasta que llegue tu momento. Ofrece tu rostro a las estrellas y no dejes de seguir el horizonte pues, este amor sólo llega con una entereza perseverante. Que las musas te encuentren con la mente urdiendo palabras sobre lo que nutre vuestra pasión. Ese es el secreto para vuestro amor. Resistir el azote de las olas y luchar por no perder el rumbo hasta vislumbrar el sol. Escribe sobre lo que sientes y sobre lo que compartís.
- Me dejaré atrapar Capitán y no me resistiré a la corriente de las miles de emociones que se agolpan. Pero qué me dices sobre él, sobre su regreso.
- Ama incondicionalmente y llegará el momento de arribar en tu puerto. Se impecable con tus palabras, no te tomes nada como personal, no intentes ponerte en sus pensamiento, y sigue esperando poniendo todo el corazón. Las mareas te serán propicias.

Algo la golpea en el hombro. Una bruma desdibuja el rostro del Capitán, vuelven los sonidos y abre los ojos. Una figura difuminada por el resplandor del ocaso la sonríe.

- Te has quedado dormida nena. Hola, regresé antes de tiempo y decidí darte una sorpresa.
Ella con rapidez se abalanza sobre su cuello y le abraza con fuerza.
- No puedo creer que hayas regresado—con lágrimas en los ojos.
- ¿Me has echado de menos? Siento la última bronca, nuestras últimas diferencias me atormentaban—acaricia el pelo de Nina.
- Te he echado de menos una eternidad. Me hundí en las profundidades como una maldición por esas últimas palabras que me dijiste, pensé que ya no me querías. Pero has vuelto y eso es lo que importa, el instante de descansar en tu tierra firme. Sé que volverás a partir, no ataré tus alas y te anhelaré. Pero el amor sobrevuela sobre nuestros rumbos.
- ¿Estás aún dormida? Tus palabras suenan extrañas.
- He de aprender a vivir con tus arrestos y mis impulsos, con nuestras manías y rarezas. Mantener nuestros espacios, libertad absoluta.
- Nena no dudes en ningún momento que me robaste el corazón y ahora formas parte de mi existencia. Aprenderemos a navegar en nuestras tempestades.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

NOCTÁMBULO


“Peregrino de todos los mares; marinero de todos los puertos; noctámbulo de todas las noches...Decidí sucumbir para siempre.” Francisco Tario

Todos tenemos un lado oscuro, un impulso destructor por miedo o supervivencia. Los siglos me enseñaron que hasta la más cándida de las almas puede enmascarar la faz de la muerte. Sí, el tiempo me ha enseñado eso y otras muchas cosas que me han amarrado a este mundo. Mi nombre es Vlad.

Intento pasar desapercibido pero mis ojos llaman la atención, nací con heterocromía. Uno de mis ojos es añil y el otro castaño. Pocas veces expongo la mirada, siempre observo tras mis largos y negros cabellos o bajo la capucha de una cazadora. Si alguien consigue percatarse procuro alejarme, me intimida, como si pudieran descubrir alguno de mis sombríos secretos.

Llevo varios años habitando en un edificio en ruinas en medio de la ciudad, un antiguo teatro. Nadie se acerca por aquí, la gente habla de extrañas voces; que es un lugar donde habita un espíritu siniestro que se alimenta de almas. Pocos traspasan los límites y menos aun se sumergen en sus escombros. Yo creé el rumor que se dispersó como las plumas por el viento. Vivo bajo el escenario, en el foso, desciendo a través de una trampilla que en la jerga teatral la llaman escotillón. No necesito mucho espacio, me gusta la penumbra y la soledad.

Subsisto con mis recuerdos. La añoro aunque, hace tanto tiempo que la perdí, que todos los días intento evocar cada fracción de su rostro para no olvidarla. Jamás he querido volver a amar para evitar el dolor de la pérdida, todavía la lloro. Como dicen en la película “Drácula” de Coppola: He cruzado océanos de tiempo para encontrarte. Anhelo ese instante, cuando nuestros destinos se vuelvan a encontrar.

Mientras tanto, me sumerjo en el mundo de la noche entre chaperos, prostitutas, chulos, camellos, drogadictos y gentes del mal vivir. Me alivia ver que hay más seres atroces como yo. Cada noche recorro el barrio de La Luna. Todo se confabula en sus calles y, por supuesto, yo también. Ciertos rostros me son familiares pero otros muchos cambian cada vigilia. Busco en aquellos desconocidos la presa perfecta. Los que ya me conocen se alejan, saben que mi semblante inocente solo es un reclamo.

Al pasar por uno de los callejones percibo golpes y gritos. Observo a distancia de qué se trata. Un chulo golpea con saña a una joven de cabellos rojos. El olor a sangre llega a mis fosas nasales, inspiro con ansia. Con paso lento me voy infiltrando en la penumbra. El hombre de cabello engominado, chaqueta roja y zapatos de puntera detiene el brazo en el aire al sentir mi presencia. La joven está sentada en el suelo, solloza y se seca la sangre que cubre su cara con la manga de la camisa de encaje. La falda es tan corta que sus largas piernas se exponen dejando entrever que no lleva ropa interior. Parte de sus pechos turgentes se exhiben apretados por un corpiño de cuero sobre la camisa blanca salpicada de manchas rojas.

El Chulo sonríe deslumbrando la oscuridad con su dentadura y saca del bolsillo de la chaqueta una navaja de mariposa con la que empieza a jugar para amedrentarme. Cuando estoy a dos o tres pasos del sujeto éste se arranca. Bloqueo el brazo armado y le agarro el cuello. Le levanto y queda suspendido en el aire, rozando el suelo con las punteras de los zapatos. Su rostro comienza a congestionarse y tras un minuto le lanzo contra la pared. Cae inconsciente sobre unos cajones y percibo como le abandona la vida.

Miro a la joven que, asustada, comienza a arrastrarse hacia la pared en un intento de huida. Mis ojos le han sobrecogido más que su proxeneta, sé que en la penumbra mi mirada desata terror. Me acerco a ella y la tiendo la mano, hace una maniobra extraña, ha cogido un objeto del suelo. La vuelvo a hacer un ademán para que se levante del suelo. Con un movimiento rápido me asesta una puñalada, noto la punzada aguda en mi estómago. Me ha clavado la navaja de mariposa de su maltratador. Apretó su muñeca y la acerco hacia mí más, mientras no deja de hundir la navaja. Ve que mis fuerzas no flaquean e intenta con desesperación zafarse.

Aferro su pequeña cara, la susurro al oído que sólo pretendía ahorrarla unos cuantos golpes. Aproximo mi boca a la suya y la beso con suavidad, sin soltarla. Rozo mi rostro por sus cabellos, sorprendentemente huele a jabón de almendras. Un olor que me trae acariciados recuerdos. Por unos segundos mi mente se evade a otra época en la que no era el que hoy soy. Un grito ahogado me devuelve a la realidad y retorno a besarla. Su expresión de pánico se va acentuando hasta que clavo mis colmillos en su cuello, con cada sorbo se apagan los latidos, hasta que reposa sin vida sobre mis brazos.

El miedo y la supervivencia volvieron a mostrar el rostro del asesino. Aquella frágil mujer no dudo en robarme el aliento. Lástima que dicho aliento fue despojado hace dos siglos bajo un lúgubre puente, mientras lloraba la perdida de Nina. Lamenté y seguiré lamentando su ausencia mientras condeno mi alma. Yo soy el auténtico criminal, que no tiene miedo y expone su cuerpo para que se le arrebaten en un intento desesperado de bajar a los infiernos. En mis inicios maté sin cordura, inyectado de odio, incluso a mi creador, soy el noctambulo que camina por barrios sombríos, ávido de sangre.


Miro el cuerpo inerte y escucho la voz que llevo dentro: Te equivocaste nena, lo siento.

Coloco a la joven al lado de su chulo. Entrelazo sus manos y cruzo las piernas de la mujer en un intento de pudicia para su última escena, la imagen de ambos es cariñosamente apocalíptica.

Tranquilo me doy la vuelta, me seco la boca con un pañuelo y abandono el callejón. Vuelvo a mis ruinas, la herida mortal que me ha asestado tardará unos días en curar. Duele y cada paso es una punzada hacía mi abismo. No es cierto que sea frío y desarmado, la conciencia me atormenta en muchos instantes. Yo no escogí ser lo que soy, me impusieron el castigo sin pedirme permiso. Vivo en un teatro en ruinas donde cada día estreno una nueva función tétrica. Dicen por ahí, que me alimento de almas.