jueves, 30 de enero de 2014

LA PLANTACIÓN.


“No puedes obligarte a ti mismo a sentir algo que no sientes, pero si puedes obligarte a hacer el bien, a pesar de lo que sientes”. Pearl S. Buck

Aquella noche carente de estrellas, el aire transitaba llevando en sus entrañas tañidos de campana, se habían percatado de su ausencia, pronto lo buscarían por el bosque con los sabuesos. Continuaría alejándose del infierno donde había vivido y sin intención de volver. Intentaría durante trayectos cortos volver sobre sus pasos y tomar otro rumbo echando sal y pimienta a la tierra, así podría ganar algo de tiempo.

No había conocido otro horizonte que el de la plantación de algodón. Cuando era niño tenía buenos recuerdos de una corta época, cuando Loui y él eran amigos, pero luego todo dio un cambio drástico. No sabía muy bien el porqué de dicho cambio pero lo intuyó cuando su amigo, el hijo del amo, comenzó a cojear, a tener chichones e incluso algún ojo morado.

Efectivamente, Sam desconocía que a Loui le prohibieron tener gestos amables con los esclavos, cada vez que tenía alguno su madre se encargaba de molerle a palos. Ella le decía que ellos eran los que causaban su dolor, eran animales a los que se les tenía que atar en corto, si se descuidaba, le rebanarían el cuello. Con el tiempo Loui pasó de ser un inocente y dulce niño a un opresor sin mesura. Una mañana entró en el cobertizo y pulverizó la espalda de San con un látigo, sin explicación. Su madre había plantado la semilla del odio en su corazón y según se hizo un hombre la semilla hizo de su corazón un alcornoque. Sam no volvió a ver la bondad en sus ojos.

Habían pasado muchos años, ambos niños eran hombres adultos. Sam tenía una estatura descomunal y los duros trabajos habían hecho que su cuerpo tuviera unos músculos desmedidos. Extrañaba en tan adusto personaje encontrar unos ojos azules como el cielo, él sabía que los había heredado de su padre, era mulato, hijo del primer amo de su madre. Sus ojos serenaban de tal forma aquella mole que todos los demás esclavos le llamaban el Buey Sam, laborioso, capaz de cargar grandes pesos, templado y poco libertino. Todos confiaban en él.

Como contrapunto, su actual amo Loui era un tipo enjuto, de cabellos rojizos y de ojos inflamados, unas veces por la ira otras por el alcohol. Su voz grave resonaba a la par que el látigo que restallaba en sus manos de continuo, cuando no llevaba la fusta. Sus ropas siempre desarrapadas y sudorosas, como su pelo, le daban un aspecto sórdido.

El detonante de la fuga de Sam fue la muerte de Mama Sugar, una anciana que limpiaba en la mansión, y sobre todo atendía al ama postrada en la cama. Había olvidado subir jabón para el aseo de la señora y alguien la había empujado por la empinada escalera. Aquellos tratos humillantes y vejatorios le decidieron a intentar huir hacia el norte, para siempre, o moriría en el intento.

Cuando Loui se enteró del intento de fuga de Sam, cogió uno de los rifles y el látigo, se dirigió a los establos, soltó a un sabueso, montó en su caballo y se puso en marcha. No estaba sobrio. Su rostro inyectado de sangre, los puños apretados sobre las riendas y un fuerte fustazo sobre los traseros del caballo que se encabrito daban la imagen de un auténtico maniaco furioso. Tras una hora de búsqueda en la cual el perro cada cierto tiempo se desorientaba y tardaba en volver a encontrar el rastro, sabía que se le acercaba. Conocía a Sam, era inteligente pero cuando le cazara, que con seguridad lo haría, preferiría morir. De vez en cuando se echaba algún trago de aguardiente que llevaba en las alforjas.

El perro comenzó a ladrar con exaltación y a acelerar el paso, olía su mastodóntico cuerpo. Loui comenzó a llamarlo:

- Sam, amigo, estoy cerca, puedo olerte ̶ lanzó la botella de aguardiente sobre unas rocas y disparó el rifle.

Sam siguió corriendo y volvió a soltar un puñado de pimienta y sal, la distancia que los separaba iba disminuyendo. Tropezó con una rama en el suelo que le torció el tobillo, cojeando continuó la huida pero sabía que se le venía encima un fatal desenlace. Oía el trote del caballo y los ladridos, y en unos minutos estuvieron de frente. Sam, empapado en sudor y el pie dolorido, y Loui, colérico, se miraron por un breve instante. Cuando Loui fue a desmontar, el caballo se espantó, una víbora huía de entre sus patas, el perro salió corriendo pataleado por el caballo y el jinete cayó al suelo. Tras un alarido brutal, no sé sabía si por el dolor o la rabia, Loui estaba en el suelo herido, se había clavado el tronco de un pequeño arbusto en la pierna. Se volvieron a mirar:

- Sam, maldito bastardo te perseguiré hasta el infierno ̶ casi sin aliento.

Sam se dispuso a seguir su camino pero sabía que aquel terrible ser pronto se desangraría. Se dio la vuelta dirigiéndose a su amo tumbado en el suelo que llenaba el aire de improperios y sacó un pequeño puñal que el mismo se había fabricado con un hueso. Loui pensó que no iba a desaprovechar la oportunidad de degollarle como siempre su madre le había dicho. ¡Al final esa maldita vieja llevaba razón! Pero no se iba a dejar cercenar sin luchar. Intentó dar un golpe a Sam pero este le esquivo dándole tal puñetazo que Loui quedo inconsciente sobre el húmedo suelo. Sam se rasgó la camisa con el pequeño puñal e hizo un torniquete sobre la pierna herida. Aquel mastodóntico negro pensó que el desgraciado tenía que tener un poco de luz en su oscuro corazón, habían compartido juegos y risas, y aquella amistad no fue fingida.


Consiguió parar la hemorragia y entonces Loui volvió en sí. Buscó con sus manos algo con que defenderse pero no encontró nada y de pronto, atontado se dio cuenta de que Sam no le había rebanado el cuello. ¿Qué estaba ocurriendo? Le dolía tremendamente las costillas y sintió una gran opresión en la pierna.

Entonces ocurrió, miró a los ojos de aquel hombre inmenso y volvió a ver la mirada del que, por un tiempo, fue su camarada, su amigo. Sam por fin habló:

- No sé qué te ocurrió Loui pero yo nunca te haría daño aunque a ti no te ha quedado humillación, golpe e infamia por hacernos. Tal vez entiendas que no somos perros esperando matar a su presa y que tú no eres mejor que yo porque tu piel sea blanca. Yo temo al amo del universo y no pienso permitir que un perro me arrastre a los infiernos.

Loui agarró el pelo de Sam y se le llenaron los ojos de lágrimas y le pidió perdón en un susurro. Aquel negro había devuelto a la vida a un ser que durante toda su existencia se había sentido vacuo y solo. Sam cogió a su amo en brazos y se dispuso a volver a la plantación. Pronto llegaron a ellos el resto de los perseguidores pero Loui con un halo de aliento les ordenó que no le tocaran ni un solo pelo al Buey Sam.

La semilla del odio fue arrancada en un soplo por un buen hombre. Loui comenzó a ver el lado benévolo de la vida y de las personas en cada amanecer. Aquella noche carente de estrellas, en unos ojos azules se ahorcaron las malas conductas, la ira y los rencores.

miércoles, 15 de enero de 2014

NOUN, LA SACERDOTISA DE AST


“Las mismas cosas que conmueven el universo, conmueven el corazón humano. Tenemos libre albedrío y, ante las decisiones tomadas, aprenderemos de nuestros errores o aciertos para evolucionar o eclipsar el alma”


Noun fue acogida en el templo egipcio de las sacerdotisas de Ast. Niña de carácter rebelde, inquieta y curiosa era la hija del gobernador Nimlot, éste pensó que sería bueno que doblegaran su carácter.

Desde que Noun cruzó el umbral del santuario, Sagira supo que era la enviada, la que ayudaría en su misión. Sagira sería su instructora a lo largo de todo el tiempo hasta superar las pruebas y retos, cuando Ast se encontrara en su corazón. Aquella niña de cabellos negros y grisáceos ojos sería desde aquel mismo instante como una hija, su alumna y protegida. Debería ayudarla para que la Diosa le transmitiera los secretos de la medicina y la magia.

Lo primero que enseñó Sagira a Noun fue a usar el nudo de Tyet para ceñir su túnica y cabello, dicho nudo se asociaba a la fuerza y la magia. Después vino el desafío de permanecer en silencio hasta que aprendiera a oír su corazón, su percepción y su espíritu. Cada vez que la niña rompía dicho silencio, Sagira tenía que imponerla un correctivo que nunca era llevado a cabo con agrado. A Noun le llevó tiempo instruirse en escuchar en el silencio los susurros del viento, la interpretación de los sueños, la trascendencia de las estrellas y el reflejo de la vida. La meditación acentuó aún más su intuición. Sagira era severa pero, siempre, aquel rigor iba entrelazado con algún tipo de caricia o ternura, no estaba allí para juzgar sino para guiar. La insolencia de la joven fue doblegando.

Noun aprendió sobre botánica en los papiros, se formó en la administración de: Belladona como narcóticos, Datura como ungüento para ayudar en el parto y para los dolores en determinadas zonas, Shepen como analgésico y calmante, pero fue la manipulación de venenos lo que la atrajo con desmesura. Luego estaban las enseñanzas sobre oraciones y palabras mágicas y de cómo llegar hasta ellas. Dominó la interpretación de sueños y con el Ojo de Horus la fecundidad y el mal de ojo.

Pasaron los años y Noun se transformó en una mujer hermosa. Su largo pelo negro entrenzado, insinuante sobre sus hombros desnudos, su mirada de un plateado intenso y seductor, su cuerpo delgado y voluptuoso, hipnotizaba a hombres y féminas. Superó a lo largo de todo ese tiempo las múltiples pruebas haciéndola conocedora de Ast a la que, por fin, llevaba en su corazón. Era una de las mejores curanderas del santuario pero, sobre todo, su magia había traspasado los muros. Muchos la requerían para purificar sus casas, patios y huertos. Sagira seguía a su lado, satisfecha, la había dotado de una voluntad superior y fuerte.

Apenas había amanecido cuando un mensajero real llegó al santuario, portaba un papiro para la Suma Sacerdotisa, pronto se corrió la voz de que en unos días recibirían la visita del príncipe Pianjy. Sagira sentía que el destino se ponía en marcha, la señal ardía cada vez con más fuerza. Las jornadas siguientes fueron de un trasiego constante preparando el templo, Noun estaba entusiasmada. El día antes de la llegada real, Sagira se empeño en continuar investigando sobre venenos.

Al caer la noche Noun estaba exhausta, pero la oscuridad trajo malos presagios. Soñó que un Halcón era atacado por un escorpión, ambos se defendían pero el ave, al final, caía herida de muerte. Una sombra, que no dejaba ver su rostro, entregó a Noun en sueños un escarabeo turquesa y le susurró que, cuando viera aquella representación, ayudara al que lo portaba. Se despertó empapada en sudor, sabía que aquel sueño auguraba una traición. ¿Tendría algo qué ver con la visita del Príncipe? Aunque no había amanecido decidió realizar alguna actividad que la mantuviera entretenida ante su desasosiego. Ordenó sus vasijas y tubos descubriendo que faltaba uno de los que contenían veneno de escorpión. Aquello solo hizo inquietarla más ¿Quién había cogido el veneno?

El joven Pianjy impacto a Noun, su altura destacaba sobre los personajes que le acompañaban; su cuerpo era musculado, fornido y estaba rasurado; de aspecto soberbio pero con una indumentaria sencilla; su piel como las arenas del desierto contrastaba con unos ojos verdes como el valle del Nilo. Tras las presentaciones, las miradas de ambos jóvenes se cruzaron por un breve instante pero lo suficiente para que ambos se percataran de una exaltación turbadora.

Una de las sirvientas ofreció al ilustre dignatario una copa dorada, este la tomo en sus manos. Un estallido de luz deslumbro a Noun y enseguida advirtió que el joven llevaba un anillo con el escarabeo. Aquel era a quien debía ayudar pero ¿A qué? Llevada por la intuición corrió al lado de Pianjy cuando este comenzaba a beber, apenas un sorbo y ella, ante el asombro de séquito, le pegó un golpe derramando el elixir. Los guardianes cayeron sobre la joven pero, en ese preciso instante, el Príncipe se derrumbó. Tras la confusión del momento Noun, inmoviliza en el suelo, gritó que los sueños la habían advertido del envenenamiento del Príncipe y que ella podía ayudarle, era sacerdotisa de Ast.


Sagira, que se encontraba entre el tumulto, exhaló que aquella discípula aún no era sacerdotisa. Noun se quedó perpleja, su maestra conocía su pericia para curar las picaduras de escorpión y serpiente, intentaba impedir su ayuda y, fue entonces, cuando comprendió quién había robado el tubo con el veneno. Noun podía curarle pero, si no la dejaban actuar con rapidez, todo estaba perdido.

El príncipe recobró la consciencia por unos instantes y reclamó la ayuda de una sacerdotisa cuya fama había traspasado aquellos muros, la sacerdotisa Noun. Un murmullo recorrió la estancia donde todos se encontraban y la Suma Sacerdotisa ordenó que soltaran a la joven que permanecía presa en el suelo. Pianjy fue llevado a sus aposentos y Noun corrió a sus habitaciones, sólo ella sabía donde guardaba el antídoto y las oraciones mágicas, en la imagen del dios Selkis.

Durante horas Noun fue dándole de beber, en tiempos periódicos, el antídoto hasta que éste hizo efecto y las fuertes fiebres de que fue aquejado Pianjy remitieron, quedándose dormido. Pianjy sintió todos los cuidados de la joven en sus delirios pero, tan solo, distinguía el brillo plateado de sus ojos.

Mientras, Sagira fue llevada ante la Suma Sacerdotisa, la joven ignoraba que le había hecho a su maestra llevar a cabo aquella confabulación. Cuando también Nuon fue requerida descubrió, con tristeza, que el rencor de una mujer enamorada, tras años de espera, había dominado al perdón.

Sagira fue una de las primeras amantes del Faraón, estaba profundamente enamorada de él. Cuando el Faraón tomó como esposa a una de sus nuevas amantes, éste tardó muy poco en olvidarla y repudiarla al templo de Ast. Pianjy fue el primogénito de la pareja y Sagira les juró venganza.

El día que Noun llegó al santuario un sueño anuncio a Sagira sus dotes y su gran percepción y también supo de su vínculo con Pianjy. Durante muchas cosechas urdió su castigo, sabía que el momento llegaría. Pudo más el odio que el afecto por Noun.

Las mismas cosas que conmueven el universo, conmueven el corazón humano, la ira lleva a las guerras y a las traiciones, el amor a la prosperidad y la filantropía. Tenemos libertad y, ante las decisiones tomadas, aprenderemos de nuestros errores o aciertos para evolucionar o eclipsar el alma. La diosa Ast llenó el corazón de Noun y guió sus pasos como una buena madre.

La leyenda del faraón Pianjy y la suma sacerdotisa Noun trascendió hasta la eternidad como Egipto, pero eso es otra historia.