jueves, 20 de febrero de 2014

LA LEYENDA DEL CORSARIO


“La muerte es misericordiosa, ya que de ella no hay retorno; pero para aquel que regresa de las cámaras más profundas de la noche, extraviado y consciente, no vuelve a haber paz” Howard Phillips Lovecraft

Las noches acrecientan los fantasmas cuando las sombras impregnan cada esquina. Envuelto en una extraña niebla aparece una silueta, sólo sale en las noches de abril con luna nueva. Acecha y hostiga con escabrosas intenciones a gentes de almas laxas y corazones solitarios. Después de mirar a una mujer de ceñido vestido rojo, de insinuante escote y de infinitas piernas envueltas en medias de rejilla, decide entrar tras ella en aquel garito.

Una gata negra espera tras unas cajas, sus ojos felinos son de un azul transparente. Ve cómo pasan personas por la angosta calle hasta un portón de luces extravagantes. Los que salen, casi siempre parejas, conversan banalidades entre furtivas manos que acosan lugares prohibidos. Según pasan las horas el silencio se hace más latente, las luces de fulgurantes colores mueren, pronto llegará el amanecer.

Unos pasos familiares alertan al felino en su letargo, maúlla. Risas y coqueteos entre una mujer de piernas interminables con medias de rejilla y un individuo que se apoya en un bastón. El mal presagio ciñe la noche, un resplandor nimio en el lóbulo de su oreja deja vislumbrar un zarcillo de plata.

Entre las sombras, el hombre arrincona a la dama, acaricia su pierna con el bastón subiendo con lentitud, recreándose en cada centímetro. La joven deja caer algún gemido y se muerde el labio inferior. Arremete al extraño que se queda sentado sobre unas cajas de madera. La mujer apoya su zapato de tacón en la pared, dejando a venus insinuante. Él, encerrado entre aquellas extremidades infinitas, la mira con ojos febriles y la atrae hacia sí. Deja el bastón apoyado y con el dorso de su otra mano transita por los voluptuosos pechos hasta llegar a su nuca. En un arrebato, con ambas manos estrecha el cuello de la dama y la besa furtiva y ansiosamente. Con brutal fuerza la sigue besando mientras aprieta con las manos alrededor de su cuello hasta faltarle el aire; sus alegres ojos se llenan de pánico, todo se nubla hasta que la oscuridad la envuelve.

Inerte el cuerpo de piernas infinitas en medias de rejilla reposa sobre los hombros del asesino que, como si fuera una pluma, se pone en pie y baila con ella en las sombras. Saca del puño de su bastón un escalpelo y hace un ligero corte en la yugular de donde brota la cálida sangre; posa sus labios y bebe un poco. El ceñido vestido rojo se va empapando del extinto líquido violentando los adoquines de la calle. Aquel ser atroz deposita con cuidado el cuerpo sin vida entre las cajas de madera y coloca en su cuello una rosa negra. La gata ronronea entre sus piernas y él la ofrece su mano ensangrentada; el animal lame como apoderándose de su espíritu. El asesino coge de la testuz a la gata y ésta sigue ronroneando entre sus manos. Surge una niebla extraña que oculta toda la calle y el ser de bastón en mano desaparece entre sus entrañas, sólo se oye un maullido que se va perdiendo en la noche.


Un gran revuelo se propaga en la mañana por el pequeño pueblo costero. Han encontrado el cadáver de una joven, tiene unas manchas oscuras alrededor de su cuello; el suelo, próximo a ella, está lleno de sangre y unas huellas de color rojo adornan el escenario junto con las pisadas de un gato. Las huellas humanas se pierden a lo largo de unos cuantos metros hasta que, como si aquel maldito ser se hubiera esfumado en el aire, desaparecen.

Los más viejos hablan, cuchuchean sobre una antigua leyenda de un alma condenada por la maldición de una bruja. Un corsario inglés cuyo espíritu vaga por el mundo para beberse la vida de conciencias deshonestas. Aquel corsario fue engañado por una mujer con fama de bruja; ella solía adornar su cabello con una rosa negra y siempre la acompañaba su gata. Ella entregó a las autoridades al pirata una noche de abril de luna nueva. El delatado la acusó de bruja y juró antes de morir en la horca, que no descansaría hasta beberse el último sorbo de su vida. Al poco tiempo la mujer apareció estrangulada y con un ligero corte en el cuello y, alrededor, múltiples huellas de gato. Los lugareños dicen que la gata vaga al lado del corsario, le acompaña en su devenir para alertar de la malvada ánima a los espíritus puros. Si ves una gata negra de ojos claros, aléjate del ser qué la acompaña o márchate del lugar dónde se halle.

Leyenda o realidad, los verdugos proliferan por el universo aprovechándose sobre todo de las almas nocturnas. Los gatos transitan en todos los callejones de cada pueblo o ciudad. Nos gusta encajar indicios y pensar que, aquel que regresa de las cámaras más profundas de la noche, es el culpable de la muerte que a veces nos rodea.

jueves, 13 de febrero de 2014

EL DRAGÓN DE FUEGO



“Una alegoría al amor llena de imágenes metafóricas”

Alguien me dijo una vez que todas las historias están escritas, tan sólo cambia la forma de contarlas. Los papeles pueden permutar de género, el hombre ser el león cobarde, la mujer ser la bestia. El héroe sigue el mismo camino con distintos trazados.

Encontré aquella carta entre un amasijo de papeles en el desván de la abuela. Su letra era estilizada y plateresca, llamaba la atención entre tanta vulgar grafía. Abrí la carta y desdoble el folio que dormitaba dentro; comencé a leer con avidez:

7 de Noviembre de 1913

Aquella noche conocí al Dragón del Fuego. Temerosa entré en su guarida sin saber lo que me aguardaba. Cuando sus ojos inteligentes se mecieron en los míos, olvidé los miedos. Me acarició con sus garras y volamos por mundos llenos de pasiones.

Noche mágica que devengó en fantasía de pura esencia. Sentimientos sin grilletes en cuerpos exultantes y sudorosos. Oí la respiración entrecortada y ansiosa del dragón. Caí rendida ante tal abanico de delirios.

Pero los instintos del dragón no pueden ser ignorados. Sus dominios se hundieron en mi corazón poseyéndolo para la siempre, sus índigos ojos penetraron mi mente y me arrebataron la existencia, en mi piel quedaron grabados a fuego sus símbolos ancestrales. El deseo, cuando se acaba, produce hambre de más deseo pero, cuando el amor lo inunda, colma el espíritu.

Me dio todo y me quede en lucha con mis entrañas. Maltrecha seguí buscando su rostro y nunca dejé de hacerlo pues ¿Qué es la vida sin el fuego del dragón? Nada.

Él pertenecía a otro mundo y, ambos, no podíamos cruzar los límites. Estaba prohibido que los seres de diferentes orbes se unieran. Cuando descubrieron dónde se encontraba la cueva que anulaba los confines, la cerraron para siempre. Vagué en su búsqueda y no cesé en el empeño. Seguía sintiendo su pasión y sabía que él me percibía en su mirada.
Tras muchas travesías encontré su rastro. Me despedí de vosotros, gentes que me llamabais loca, no entendíais de deseos inconmensurables. El amor sobrevuela tiempos y existencias. Él se acercaba y sabía que, por fin, estaría a su lado. Ardería en el fuego de su especie.

Pero en aquella aciaga noche me le arrebataron. Esperaron el instante del encuentro para clavarle la daga de hielo que apagó su llama. Él me ocultó tras su cuerpo para que no me hicieran daño y darme tiempo a huir. Me protegió hasta el último aliento.

Sus ojos se clavaron en los míos susurrándome “Te esperaré hasta que llegues, donde nadie impedirá nuestra unión. Dejaré encendida la llama durante mil cosechas, por diez mil caminos, en cien mil lunas para que su luz te guíe hacia mis brazos”.

Ilustración de Paula M. Rufat

Sus palabras resonaron durante mucho tiempo como campanas tañendo en mi mente y aún hoy, después de tanto tiempo, lo siguen haciendo. Decidí que tornaría mi vida para que no volvieran a llamarme loca, aguardaría el instante de partir para que sus dominios se hundieran en mi corazón, por una eternidad. Y así la vida continuó y existí al lado de un buen hombre que supo quererme sin pedir lo mismo a cambio. Mi descendencia hizo que las gentes olvidaran mis enajenaciones de juventud. Después de él son a los que más adoro, mis hijos y mis nietos.

Si algún día estas palabras resonaran en el viento por unos extraños labios, sabed que aunque la vida prosiguió mi fin y mi meta será siempre llegar su lado. Sólo él dio y dará sentido a mi vida, sólo él me hizo fuerte.

Shara.



De nuevo doblé aquel folio y lo guardé en su sobre. Aquella carta no merecía estar olvidada entre amarillentas hojas y polvo, aquella carta desvelaba el gran secreto de la abuela Shara que murió ayer y hoy lloramos su marcha. Nadie entendió sus últimas palabras cuando partió al viaje sin retorno y yo, guiado por sus recuerdos, las entiendo.
“Vuelvo a ver tu luz tras cien mil lunas”