jueves, 19 de febrero de 2015
¡HOLA! DE NUEVO
Fractal por minimoo64
“Una vez que has entregado el espíritu, todo se sigue con absoluta certeza, aun en medio del caos” Henry Miller
Había pasado más de un año desde que abandoné París en un tren de nostálgica tristeza. Aquel trabajo me retribuyó con cuantiosos beneficios, me proporcionó un tiempo sabático y un vacío sombrío. Reflexioné sobre lo que había encontrado en aquella ciudad sin buscarlo y, concluí, que él sería la brújula en el itinerario de mi existencia.
Le echaba de menos pero la vida continuaba. No iba a ser fácil encontrar su clemencia y perdón. Cómo explicar que mi trabajo como espía industrial nada tenía que ver con lo que había ocurrido entre nosotros. Añoraba las charlas interminables en su jardín entre aromas de café y rosas. Sus manos acariciando el dorso de las mías y abrasándome con su mirada lasciva. Enloquecíamos con apenas un roce. Los encuentros, unas veces brutales otros dóciles, de nuestros cuerpos ante aquella habitación con un gran ventanal al ocaso. En la nostalgia me aferraba a su camisa en la que aún permanecía su aroma o daba vueltas a su añillo. Aquel anillo de plata labrada con trisqueles celtas no me lo había quitado desde que él me lo regalo.
El tiempo de descanso llegó a su fin. Otro trabajo me trasladó a Boston, a un congreso sobre alta tecnología aeronáutica. El aforo estaba lleno de personas extrañas y bien trajeadas, un fuerte murmullo flotaba en el ambiente. Algo no iba bien, sentí esa punzada en mi muñeca izquierda que me advertía del peligro. Era algo inexplicable pero el tiempo me había enseñado que aquella manifestación pocas veces se equivocaba.
Percibí unos ojos atravesándome la nuca. Con un leve y lento giro me agaché haciendo como que buscaba en mi bolso, levanté la vista y allí estaba. Me miraba febrilmente pero esta vez con odio y premeditación. Me volví a girar y me senté como si nada hubiera ocurrido. Mi cuerpo no manifestó ninguna inquietud pero mi corazón se aceleró a mil por hora. Tenía que mantener la calma, no pensaba huir, nuestro inevitable encuentro había llegado antes de lo esperado. Hallaría la manera de hablar con él, de explicarme, de que me escuchara para obtener su indulgencia.
Oí la conferencia sin enterarme casi de nada. Fue una hora de torturada paciencia. Recogí mi cartera y mi bolso, y me dirigí hacia el ropero a recoger mi abrigo. Me esperaba en el vestíbulo, siguiéndome por si hubiera tenido la intención de escabullirme. Nada más lejos, llevaba un año esperando el momento y no lo iba a desaprovechar aunque el desenlace no fuera el deseado.
Fui hacia él e hice un ademán con mi rostro como saludo. Él me agarró fuerte del brazo sin mediar palabra y enfilamos hacia la salida con enérgicas zancadas. Aquel no era el sitio adecuado para hablar. Me dolía, sus dedos se hundían en la piel con rabia e impotencia.
Me guio hacia una bocacalle, se detuvo y se situó frente a mí impidiéndome la huida. Era un animal herido y frustrado, me zarandeó con violencia.
– Tenía ganas de mirarte a los ojos maldita arpía —con semblante febril.
– Pues aquí me tienes —intentando mantenerme serena— y ¿Qué ves?
– La mirada de una serpiente que no dudó en jugar con los sentimientos para conseguir su propósito. Por tu culpa me descendieron y casi pierdo el empleo.
– Te equivocas, los sentimientos no tuvieron nada que ver con los negocios.
– Pues aún estoy esperando una explicación sincera por tu parte, zorra.
Me zafé de un tirón de su brazo y me coloque mi elegante traje gris marengo de ejecutiva. Volví a mirarle desafiante cuando divisé su mano acercándose con violencia a mi rostro, le bloqueé con mi antebrazo y le di con todas mis fuerzas un rodillazo en la entrepierna. Allí, doblado en aquella bocacalle extraña, donde el viento hacía volar varias hojas de periódico, me agaché y le susurré al oído:
– Ahora que ya hemos medido nuestra virilidad podremos hablar y escupirnos a la cara todos los reproches. Espero limar asperezas sin intimidaciones, cariño.
Esperé un rato hasta que se recompuso y le tendí una mano.
– A tú hotel o al mío—le espeté con una seguridad de la que carecía.
– Prefiero al tuyo—con la respiración entrecortada— así no tendrás oportunidad de desvalijarme.
En aquel extraño momento de tensión, mientras íbamos en el taxi, recordé una de las muchas frases de la abuela: las apariencias gélidas esconden corazones ardientes pero hay que aprender a llevar esa mascara y saber con quién poder quitársela. Allí estaba yo al lado de él como una roca volcánica, por fuera dura y oscura por dentro magma candente a punto de eclosionar y romper su secreto.
Seguía herido de muerte, iba a ser difícil reparar y sanar las heridas. Pero había aceptado hablar, aún no estaba todo perdido. Yo sabía que por encima de nuestro desencuentro había algo que nos unía: la teoría de la geometría del caos, el destino, un fractal con dos estructuras que se repiten y complementan.
Segunda parte del relato ¡HASTA PRONTO! http://intuicionesdelunaazul.blogspot.com.es/2015/01/hasta-pronto.html
Suscribirse a:
Entradas (Atom)