domingo, 25 de junio de 2017

UN LOUIS VUITTON EN LA BASURA


“Amantes del mundo: a veces es más hermoso recordar que vivir” Chavela Vargas

Encontré en el contenedor de basura un bolso, imaginé que de imitación, , un Louis Vuitton lleno de cartas y fotos artísticas. Me llamó tanto la atención que rebusqué más dentro de él. Al mover el contenido subió hasta mi nariz un olor apergaminado a flores secas. Las fotos me parecieron una maravilla. Miré a ambos lados del contenedor como cuando se está cometiendo un delito y arramplé con aquel bolso que parecía sin estrenar, que colmaba un contenedor repleto de porquería. Sentí como unos ojos se me clavaban en la nuca, seguro que la señora Basilia me había visto. Agaché la cabeza y me dirigí al portal. Ya bajo el cobijo de las paredes de éste, me relajé y volví a mirar afuera. Vi como unas cortinas azuladas se movían como si, con rapidez, alguien se hubiera escondido tras ellas, pero esa no era la ventana de la señora Basilia.

No me dio tiempo a entrar en mi piso. La puerta de frente a la mía se abrió y apareció la señora Basilia dándome las buenas noches “Hola Lena”. Me miró de arriba abajo y con medía sonrisa en su cara me espetó con sorna que si había encontrado un bolso de diseño en la basura ¡Lo sabía! Me había fisgado, esa hurraca chismosa miraba el bolso con avidez. La conteste “Cada día señora Basilia, no se puede imaginar los tesoros que puedes encontrar entre la porquería”. Sin darle tiempo, abrí mi puerta, la di las buenas noches y entré en mi territorio.

Con ansia puse el bolso boca abajo sobre la mesa del salón. Había dos clases de sobres, unos normales y otros de color azul. Los clasifiqué en dos montones, dejando revueltas todas las fotos. Una a una fui cogiendo las fotografías: ventanas con cristales mojados, manos entrelazadas, pies descalzos sobre una tarima, unos ojos con lágrimas, un cuerpo de hombre desnudo girando entre muebles de salón, una toalla tirada en la ducha. Aquellas imágenes eran espectaculares, quien las hubiera hecho tenía un don para captar ese momento preciso e impactante y todas sin rostro. Todas las fotos tenían fecha por detrás, pude comprobar que eran de 2015.

Entre las fotos había pétalos de rosas secas, en su momento rojas. Volví a meter las fotografías con los pétalos secos en el bolso. Mi noche aburrida de viernes iba a ser diferente, estaba deseando leer las palabras que arropaban aquellos sobres ¿Por cuál empezar? Cerré los ojos y acerqué la mano a la mesa, cogí uno de aquéllos de la parte de abajo del montón.

La carta de color azul contenía dos folios escritos de forma cuidada. Desprendían un olor cítrico muy sutil:

Mi amado Manuel:

Como cada noche te escribo. Ha sido un día duro, me hubiera gustado tenerte a mi lado, pero las responsabilidades, como siempre, nos encadenan. Ahora estarás en tu casa junto a Adela, compartiendo la cena con Valeri. Todo en perfecta armonía mientras yo anhelo tus caricias. Me salva saber que, con cada bocado, según tus palabras, también me echas de menos. Es duro ser la otra y saber que nada por mucho tiempo lo podrá cambiar. No sé por qué sigo a tu lado viéndonos cada jueves en mi piso. Con esas dos horas colmo la semana. Tú me dices que esas dos horas te hacen continuar en tu lineal vida, llena de recursos y vacía de sentimientos.

Cada jueves cuando te vas me digo que será el último. Y cada jueves vuelvo a caer presa de tus caricias y besos ¿Es aceptable y valioso seguir viéndonos? Te amo o te necesito, no lo sé. Esas dos horas, ese mensaje en el móvil todas las mañanas diciéndome que como siempre te vas a poner a escribirme, ese beso por las noches también en el móvil ¿Qué me deja?

Miles de fotos salen de mi cámara todos los días, siempre guardo una que me recuerda a ti, algún detalle que sólo yo sé que eres tú, en esencia. Fotos con alma entre muchas vanas de modelos, posturas y trapos. No sé el tiempo que podré aguantar viviendo de limosna, pero sé que un día si tú no vienes a mí definitivamente, me iré para siempre. Ese instante llegará cuando esté preparada, no puedo ser eternamente la otra…

A las tres de la madrugada había leído todas las cartas, las azules de ella, las blancas de él. Descubrí que cada jueves el devolvía las cartas de ella, no podía quedárselas, las mantenía en el cajón de su oficina hasta entregárselas de nuevo. Eran la prueba de un delito que no podía permitirse, demasiado capital en juego. Coloqué también los sobres por fechas entremezclados. Y volví a leer la última, por supuesto de ella, la que más había dado y más había perdido. Era breve, tan solo unas cuantas palabras y una mancha de tinta corrida al final.

Hola Manuel:

Esta es la última carta que te escribo. Me marcho a París por un tiempo entre calles bohemias y corazones rotos. Llegó el momento que temía, me cansé. No quiero que me busques, ni que me encuentres. Sé que no quieres que te deje y créeme si te digo que te amo más que tú a mí. Yo dejaría todo por ti. Viviré por un tiempo en los recuerdos hasta que ese mismo tiempo me cure de tu aroma, de tus caricias, de tus detalles… El jueves vendrás, abrirás con tu llave, me llamarás como siempre lo haces entre dulces susurros ¡Beatrice! Pero yo ya no saltaré sobre tu cuerpo entrelazando mis piernas, no me derretiré entre tus labios, no caeremos al suelo entre amasijos de ropa, ni haremos el amor en la entrada. No, Manuel, pues ya me habré ido. Te dejo mi bolso de Louis Vuitton, ese que me trajiste un jueves a tu regreso de Italia, antes de ir a casa; ese que jamás me atreví a estrenar, como si fuera la prueba del delito. Todas nuestras cartas y mis fotos las guardé ahí, ya sabes dónde están los contenedores de basura. Lo imperecedero se lleva en el recuerdo. Te deseo todo lo mejor mi amor.

Beatrice.

Las cartas de él, aun llenas de alabanzas y deseos, me parecieron frías e impersonales. Cuanto desamor en las palabras de ella. Aquella mujer desconocida me había robado el corazón, ella le amaba y tal vez él ahora sabía lo mucho que había perdido, o tal vez no. A veces es difícil saber lo que piensan algunos hombres de raciocinio intenso, de esos que por miedo no dejan escapar un sentimiento por si se vuelven vulnerables.

Bebí un gran trago de vino, ese que me servía los viernes para reconfortar la noche frente al televisor hasta que me quedaba dormida. Mañana llegaría Samuel, sobre las ocho y me encontraría dormida en el sofá, pero esta vez con la tele apagada y un bolso de Louis Vuitton sobre la mesa, valioso en emociones. Importaba poco si era de imitación u original.

Me levanté del sofá y fui hacia la ventana. Hacía mucho calor y comenzó una tormenta de verano que amenazaba la oscuridad. Cerré las ventanas y de frente vi a un hombre entre unas cortinas azules, mirándome con firmeza, no sé ocultó. Aquel tipo era ese que cada mañana salía con su imponente Chrysler negro importado, un tipo nervudo y serio, un tipo frío e impersonal.

miércoles, 21 de junio de 2017

Chanchullos y chanchullas


"He sido un hombre afortunado en la vida: nada me fue fácil” Sigmund Freud

A veces ocurren situaciones que nos hacen tener los pies sobre la tierra. Lo bueno es que valoras más lo que consigues. Quedan a la luz los muchos chanchullos que hay entre municipios, políticos y personas con palabrería y dominio.

Los trabajos hoy valen oro conseguirlos. Presentas las documentaciones necesarias meses antes de cerrar la convocatoria; estás pendiente durante ese tiempo a ver si hay que presentar algún papel más llamando por teléfono y personándote en las mismas dependencias. Llegas un día y te dicen que la convocatoria está cerrada y que tienen tanto trabajo que no se han dado cuenta de lo que tú demandabas en tu insistencia ¡Te has quedado fuera!

Tras el enfado, razonas y pones una reclamación. Hablas con la persona de más rango que se supone que debe responder por los fallos en una identidad pública. La reclamación da resultados con rapidez y te añaden “in so facto” a la lista de admitidos para la bolsa de trabajo.

Te calmas un poco. Presentas tus certificados de toda la experiencia que aportas y piensas que aún te queda alguna oportunidad ¡Ingenuo!

Al no salir en la página del señalado Ayuntamiento los dos admitidos para el trabajo, te vuelves a acercar, después de cincuenta veces, otra vez a las dependencias. Aprecias que hasta las miradas comienzan a ser aviesas. Y llega el instante del estallido, la administrativa te presenta el acta, aún no firmada, donde tú quedas relegada al cuarto puesto. Sumas y detectas que han hecho mal tu baremo. Estás dispuesta a montar un pollo que se oiga hasta en los infiernos.

Y de pronto frenas en seco, por esas casualidades de la vida, hay una persona por delante de ti con la que has tenido un vínculo estrecho. Observas su baremo y se le han inflado hasta duplicarle; cuando sabes a ciencia cierta que tenía menos puntos que tú. Ahora percibes por qué dicho individuo con el que has sido transparente en todo momento, se incomodaba y ocultaba la trama cuando hablabas de dicho trabajo. No podía compartir contigo el porqué de sus secretos, sus protectores y sus recomendaciones. Claro está que, si yo hubiera tenido la oportunidad de aprovechar un enchufe, lo hubiera hecho, porque así funciona el mundo.

Así pues, te quedas en casa, te tragas tu flema y por ser vos quien es, le deseas la mejor de las suertes. Tal vez él lo necesite más que tú. Solo decirte amigo que todo se sabe, tarde o temprano. Te buscarás la vida, o en este caso el curro, por otros lares. Bien he de decir que me quitaron uno, pero me salieron dos y por mis propios méritos.

Y así amigos funciona el mundo de las farándulas municipales que no sabemos si están llenos de ineptos o es que viene genial hacerse el tonto y tener falta de profesionalidad. Corrupción desde escalas inferiores. Se regodean de que el tonto es el pobre que presenta la documentación necesaria para un puesto de trabajo cuando ya está entregado de ante mano.

Aquí queda reflejada mi indignación, en un blog de literatura donde a veces la realidad supera la ficción. En un blog terapéutico donde desahogarme, ocultando lugares y personas. Habrá muchos que se sientan identificados con la situación y otros darán la callada por respuesta, sintiéndose aludidos.

Nos roban el dinero, nos roban los trabajos, pero jamás, jamás nos robarán la dignidad.