jueves, 4 de julio de 2019

Karma


“Lo importante no es lo que nos hace el destino, sino lo que nosotros hacemos de él” Florence Nightingale

Todo había cambiado en décimas de segundo. Josep se había marchado, huyendo con una mujer más joven. En pocos días ya teníamos fecha para juicio, él quería divorciarse. Disponía de dos años para dar un giro total a mi vida hasta la fecha del litigio. Y allí estaba yo, en la peluquería cortándome el pelo a lo pixie, después de ir a Cortefiel y comprarme el vestido más caro y escotado que encontré. Estaba dispuesta a dar un vuelco a mi vida. Sabía que no era cuestión de un día para otro, que requería tiempo, pero disponía de todo el tiempo del mundo y no tenía nada que perder.

El día anterior hablé con Alejandro, un amigo de mi juventud, un bróker con gran experiencia. Tras tomarnos unas copas entre sonrisas y recuerdos, pasé a contarle mi situación actual, y cómo había tocado fondo. Él siempre se portó bien conmigo, quiero pensar que en algún momento desistió ante mi indiferencia, pero le gustaba. Y ante mi dramático escenario, me propuso trabajar para él como trader. Incluso me planteó comenzar con un pequeño capital que él me prestaría.

Pasé la noche como una cría chica, vendiendo la vaca antes de comprarla. Con miles de perspectivas e ilusiones. Ya me veía yo como una financiera de Wall Street, estilizada, libre, pisando fuerte con unos tacones rojos despampanantes. Y nada más levantarme cogí el móvil y le llamé para aceptar su oferta.

A partir de ahí todo cambió. Días enteros delante de la pantalla y un cuaderno, estilográfica en mano y auriculares en las orejas para las formaciones. Me importaba comenzar a tomar apuntes con cierta clase y hasta me había comprado una pluma estilográfica Lamy, que no era de las más caras, pero tampoco de las baratas. También la eterna compañía de mi taza con café, unas veces cálido y reconfortante, otras frío y con hielo; pero siempre con su frase “la única manera de tener éxito, es intentarlo siempre una vez más” para no decaer en mi empeño.

Han sido dos años duros, de ganar un euro al día e incluso unos céntimos. Pero tras estos veinticuatro meses, sin apenas levantar cabeza de la mesa de trabajo, me dispongo a ir al juzgado y volver a ver la cara a Josep. Durante este tiempo yo había bajado cinco tallas en la ropa, había cambiado mi forma de alimentarme, en una palabra, mi estilo de vida. No era la misma mujer, ni por fuera ni por dentro.

Hacía un sol espléndido, el día apuntaba maneras. Puse la música de Queen y comencé a escuchar “The Show Must Go On” para continuar con “I Want to Break Free” y terminar con “We are the champions”. Mientras, me tomé mi desayuno de copos y leche de avena, mi tazón de fresas y mi vaso de kéfir. Mi cuerpo activado se dirigió al dormitorio y me puse mi última adquisición, un traje de Armani gris perla a juego con los zapatos de tacón del mismo color. Y con la cara lavada y mis cabellos cortos agarré una cartera negra que me había regalado Alejandro para este día. Sin joyas ni ostentaciones, sólo yo y mi determinación.

Alejandro me esperaba ya en el juzgado cuando llegué junto con mi abogada, que bajo la toga escondía un traje de cuero rojo, ella también se comía el mundo con su presencia. Y llegó él, barrigudo y calvo, se le habían echado encima más de veinte años, junto a una no tan joven compañera con una tripa prominente a punto de reventar. Los niños creo que deben de llegar cuando tenemos la juventud en las venas, pero ya a los cincuenta y tantos creo que nos vienen grandes.

Y todo salió como yo quise, no hubo ni juicio, sólo un acuerdo tácito que había orquestado durante dos duros y largos años de trabajo. Con semblante serio le expresé mi deseo de que ya no me pasara la pensión compensatoria. A mí ya no me tenía que mantener, yo era autosuficiente e independiente. Y le informé de que estaba dispuesta a comprar su parte de la casa a no ser que él quisiera comprar la mía. Josep reveló que no disponía de líquido para comprar su parte de la vivienda, a lo que repliqué ¡Sin problemas! Contrataría a un tasador para valorar el dinero que le tenía que dar para quedarme con mi vivienda, para ante todo ser justa.

Y ahora ya, después de la experiencia en los juzgados, aquí estoy con una copa de champagne biodinámico L’Astre 2011 de David Léclepart, un blanc de noirs repleto de personalidad entre mis manos. Frente a mí, Alejandro, mientras esperamos a que nos traigan el menú degustación en DiverXO; un restaurante con tres estrellas Michelin y decoración a veces un poco grotesca, lleno de cerdos voladores.

Comienza otra etapa de mi vida con muchas perspectivas y, lo mejor, con un estupendo compañero de trabajo y de vida. Nunca se dejen humillar, la justicia llega y coloca a cada cual en su sitio. Ahora mientras bajo el ritmo de horas de mi trabajo también tengo tiempo para mis sueños que no dejaré de buscarlos siempre una vez más.

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