Tras dos meses de paro literario obligatorio por hospitalización y convalecencia intento retomar actividad. No es nada fácil, aunque podría narrar muchas anécdotas que me han ocurrido en este tiempo, muchas nefastas, otras generosas y alguna que otra que había que tomárselas con humor. Dados los tiempos de cambio y dificultades que nos han tocado prefiero escribir siempre hacia la esperanza y el optimismo.
Conviví durante dos semanas con la demencia y el olvido, con el dolor de otras personas, con la negligencia administrativa que conlleva más sufrimiento añadido a la enfermedad. Pude comprobar que la mayoría de los profesionales son estupendos y que, algunos de ellos (médicos), carecen de empatía y educación pues ellos no han estudiado diez años para trastabillar con obstáculos burocráticos (palabras textuales) y sufrimiento de las personas. Aunque después de esas dos semanas caí en manos de dos traumatólogos de comprensión y trato considerable, humanos.
Y no quiero ya hablar del dichoso virus y la consabida pandemia; dormía incluso con la mascarilla y todo el día con el desinfectante a vueltas y sin moverme de mi cama. Una mañana me dio unas décimas de fiebre ajenas al bicho, pero pude comprobar como el pánico se apoderó de mi entorno. Con rapidez me hicieron una “pcr” y, tras saberse negativa, las aguas volvieron a su cauce.
Cohabité con personas desconocidas, ingresadas también y familiares, con los que el sufrimiento te une, incluso para siempre. Personas buenas que comparten desde un dulce, una botella de agua o palabras de ánimo, aunque su corazón también esté destrozado.
Mi agradecimiento eterno a mis ángeles que velaron por mí en todo momento. A mi hija que a penas se separó de mi cama porque no podía entrar nadie más y a mi hijo, padres, hermano y sobrino que sufrieron en silencio y en la distancia cada instante. He de dar las gracias a la tecnología que me permitía verlos y hablar con ellos todos los días.
Y no puedo dejar de mencionar a todos los amigos que no han dejado de estar presentes en estos aciagos días y siguen preguntándome e interesándose por mí. En los malos momentos es donde se desnuda el corazón de los camaradas.
En fin, que tras diez y ocho días por los entornos hospitalarios volví al añorado hogar con mis seres queridos y mis gatas. Ya con el luto y el adiós a una parte de mi cuerpo, dispuesta a retomar la existencia sin ella. Asumí que la vida y las personas son maravillosas y que tenemos que seguir hacia delante; uno se posesiona, llora, se despide de su pie y cierra el cuento definitivamente.
Y aquí me tenéis, transformada en una pirata literaria, eso sí por la falta de mi pie, que no pretendo saquear ideas a nadie. Cambiaré el loro por mis gatas que siempre anda cerca de mí y del ordenador donde escribo. Y mi barco será la imaginación y mis libros que siempre me llevan lejos, muy lejos; o cerca, muy cerca del que disfruta con mis palabras.
Seguiré surcando los mares, con una sonrisa en mi rostro percibiendo el aire fresco y sabiendo que soy una persona afortunada por todo el amor que me rodea, manejando el timón de mis sentimientos hacia rumbos siempre auténticos y positivos. Superando marejadas y tormentas con ánimo y sin desfallecer, dando voz a las injusticias.
¡Brindar, compañeros Yo-ho, yo- ho la botella de ron!
¡Gracias!