martes, 14 de febrero de 2012

YO

Soy una de las mujeres más afortunadas del planeta. A lo largo del día y en todo momento, noto el cariño de los que forman parte de mi entramada vida. He aprendido a vivir sola y disfrutar de dicha soledad. Es buena compañera cuando se la acepta y se la reconoce. Algo muy diferente son las personas que se sienten desoladas, no es mi caso.
Él se marcho en compañía de otra dama hace ya unos cuantos años, para ser más exactos siete. Y este, mi séptimo año de soltería, el definitivo. El rumbo por fin fue definido por la brújala, la aguja dejó de oscilar. Ha sido un tiempo de duro aprendizaje, sobre todo los dos primeros años. Como todos sabéis, un divorcio de mis características, por abandono, pasa por las mismas etapas de un duelo hasta adaptarse a la nueva situación.
La primera etapa es la de negación y aislamiento ¡No podía creer lo que me estaba sucediendo! Mi marido se va a tomar unas gambas, a un chiringuito de playa, con la mujer de mi hermano. Mientras yo , sola, asimilo lo ocurrido, aunque sinceramente, se venía anunciando hace ya un tiempo. Nadie lo sospechaba salvo yo, él me hacía sentir desequilibrada y culpable al ver ciertos detalles que eran impensables, roces, miradas, complicidad; ingenua no hice caso de mi instinto y les deje campar a gusto. En el silencio de la noche, oyes a tus hijos gemir el ausencia de su padre e intentas pensar que es una pesadilla que pasará. Niego lo evidente y me refugio en mis ensoñaciones.
La segunda etapa es la ira. Más le hubiera valido irse a Alemania. Yo una escorpio de pies a cabeza, vengativa, impulsiva, de fuerza incontrolable cuando se me ataca y primitivamente violenta. Siempre intentando ser espiritual y mejor persona ¡Cómo puedo reaccionar ante los cuernos y encima con la mujer de mi hermano! Pues la ira fue controlada hasta que firmo el acuerdo de divorcio. Tras el convenio, le deje caer que en todo el tiempo que sabía su rollo, con paciencia, había urdido bien la situación y atado todos los cabos para que los cuernos lucieran con la mejor situación económica. Desde luego no exento en algún momento de insultos y difamaciones, como que él también no tardaría en lucirlos.
La tercera etapa es el pacto o negociación. Fue bien llevada y como antes os he indicado, inteligentemente pacte antes de la segunda etapa. Trastoqué un poco el orden en propio beneficio. En su defensa puedo decir que hasta el día de hoy él nunca ha faltado a sus responsabilidades económicas; será porque aún le quedan principios o que en el fondo, sigue siendo el hombre bueno del que hace veinte cuatro años me enamoré.
La cuarta etapa la depresión. Fue la más dura. Asumir todas las responsabilidades familiares con mis hijos, pues él desapareció del mapa. Sus hijos me tenían a mí; él, por su puesto, tenía que cuidar a la otra que no sabía sostenerse sola. Y mientras mis hijos estaban en el colegio, yo me deshacía en lágrimas. Incluso llegué a estar ingresada en el hospital. Fue la voz de alarma que me dijo: o levantas el ánimo o tú cuerpo ya no responde. Gracias a Dios, me armé de valor, respondí, tanto, que hoy soy feliz de nuevo.
Y la última etapa es la aceptación. Acepté la ausencia y defunción del matrimonio. Un día de primavera, me levante, salí a la terraza, miré al sol y me dije a mi misma. Para qué coño quieres a un tío a tu lado, calvo, aburrido, desordenado, que no valora tus angelicales virtudes y que no te quiere. Dale las gracias. Te ha abierto un mundo imposible de ver a su lado y del que no hubieras podido disfrutar. Algún día le invitaré a una caña acompañada de gambas, en agradecimiento.
El duelo ha pasado. El tiempo va poniendo cada cosa en su lugar, yo siento que a mí me va encumbrando. Despertó la mujer instintiva que llevo dentro. Descubrí que la amistad, poco valorada, es lo mejor. Mi lealtad es absoluta a todos ellos, en ningún momento dejaron de estar a mi lado por muchas peroratas y lagrimas que me aguantaron.
Mi hogar con mis hijos es un remanso de paz y complicidad. Reímos, lloramos y luchamos pero todos al unísono. Por supuesto, la familia dejo de ser el incordio que era cuando él estaba. Ahora caigo en que el incordio y la molestia era él. Siempre defenderé al más frágil tanto en el campo de batalla como en una crisis psicológica; la situación que él creó dejo muy debilitados a mis hijos y a mis padres.
Y aprendí a canalizar mi venganza a través de las palabras pero después de ser capaz de reconocer que tenía mucho que agradecer al padre de mis hijos. Me había dado todo amor cuando lo necesite, mis vástagos por los que daría la vida y libertad cuando el amor ya no era suficiente.

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