martes, 8 de mayo de 2012
EL HÉROE
Siempre fue alguien que pasaba desapercibido. Hombre sencillo y humilde. Creía en el corazón de las personas a pesar de que su confianza le había traído algún que otro problema. Nunca te arrepientas de dar un paso hacia delante aunque te produzca un esguince. De todos los procesos que adornan nuestra vida siempre se sacará una lección.
Y así respiraba día tras día, llenando sus pulmones a veces de aire viciado. No importa lo que haya alrededor si intentas ver el instante luminoso entre la niebla. No permitas que, nada ni nadie, te haga irritar. Una y otra vez se repetía esas frases. En muchos momentos de tristeza superaba los obstáculos terminando por creerse lo que tanto se reiteraba. No es fácil sonreír cuando el alma está encogida.
Su vida bien podía llenar las páginas de una novela y sin embargo, nada suntuoso y prepotente decoraba aquella historia. Siempre se sintió querido aunque le rompieran el corazón en múltiples ocasiones. No se trata de amar eternamente sino de entregarse al amor como si fuera el último minuto de su existencia aun sabiendo que en el minuto siguiente todo acabaría.
Nunca se arrepintió de las decisiones tomadas, acertadas o no. De todas ellas se pueden sacar virtudes y egoísmos. El ser humano es así. Todos tenemos un lado oscuro que en un momento dado puede salir a paseo.
Hoy con las manos arrugadas y llenas de cicatrices, los bolsillos vacios y el cuerpo henchido de felicidad sabía que le quedaba poco tiempo. Pronto partiría al gran viaje. Allí sentado en el porche observaba, como tantas y tantas veces, caer el sol. Sus grandes amigos siempre le acompañaban en el gran espectáculo del ocaso, los libros, y con ellos sus recuerdos.
Cuantas veces le tacharon de ingenuo y pardillo. Ignoraban que si lo parecía es porque permitía parecerlo. No le importó guardar su ego cuando la situación o la persona lo merecían. Y cuantas veces no había podido conservar la calma, saltando como un lobo fiero sobre aquel que intentó humillarle o menospreciarle.
En una palabra, era un hombre con sus valores y sus defectos. Siempre con un principio claro: la lealtad. La nobleza de actuar según las convicciones que guardaba en su alma. La lucha por la justicia le había llevado a veces a ser injusto pero siempre tuvo ocasión, reconociendo su falta, de pedir perdón. La amo profundamente hasta ahora, en puro silencio y en amplio secreto. Agradecía todo lo que ella le dio en aquellos años antes de que dejaran de compartir techo.
Tenía todo lo necesario para tomar el tren sin retorno. Se sentía en paz. Vida afortunada donde las haya sin capitales potentes. Cuando la balanza pesara sus acciones se llenaría de la pasión que siempre puso hasta para el más mínimo de los acontecimientos.
Miró al sol como si lo hiciera por primera vez. Todos sus ochenta y tantos años pasaron en aquel instante. Su bolígrafo desgastado en el bolsillo de su camisa, un brillo intenso en aquella mirada cansada, su porche con los ciclámenes y plantas aromáticas, su sillón de mimbre deteriorado, el aire impregnando sus pulmones por última vez, en el ocaso, con una sonrisa, dio las buenas noches y partió.
Ana le llamo para que entrara a cenar como todas las noches pero ya no hubo respuesta.
Cada existencia lleva un héroe impregnado, no hace falta grandes victorias sólo vivir con entusiasmo, intentando dar lo mejor de sí en cada acontecimiento. Esa es la gran batalla de nuestra esencia y la gran victoria es coger el tren sin retorno con la serenidad de haber amado.
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