martes, 3 de diciembre de 2013

EL CASERÓN DE LÓPEZ


“Mientras tú sientes mucho y nada sabes, yo, que no siento ya, todo lo sé” Bécquer

Me enviaron a cubrir la inauguración de la librería cafetería El Caserón de López. La apertura de dicho establecimiento iba acompañada de una exposición de fotos del acreditado fotógrafo Marcelo. Estaba situada en un edificio emblemático, antiguo Palacio de los López. El edificio, en lamentable estado tiempo atrás, había sido restaurado respetando su arquitectura. Cuando entré en su amplio zaguán me envolvió un ambiente arcaico. Estaba decorado con objetos eclécticos de distintas épocas: Mesas ovaladas de roble, sillones de piel con capitoné, lámparas de estilo tiffany sobre mesillas auxiliares, candelabros, etc. Una gran chimenea de mármol negro caldeaba el espíritu, distintivo de la diosa del fuego Brigit que también era la diosa del arte y la poesía. Al fondo, una amplia galería con multitud de anaqueles llenos de libros alternando con los retratos de la exposición. Las fotografías eran en blanco y negro, de rostros jóvenes desde diferentes ángulos.

Muchas eran las leyendas del Palacio de los López, de fantasmas y de extraños sucesos que ocurrían al caer la noche. Todas estas quimeras lo único que hicieron fue aumentar más la curiosidad por visitar el nuevo local. Había muchísimo personal por todos lados. Los camareros, en un devenir incesante, repartían café, chocolate y dulces en atiborradas bandejas.

Después de un rato observando los retratos de la exposición, me sentí cansada, me aburrían estos eventos pero no quedaba otra, el trabajo era trabajo. Al final de la galería había una especie de reservado con dos cómodos sillones individuales y una mesa de café. Me senté en uno de ellos y pedí a uno de los camareros un chocolate. Aquella zona estaba más despejada. Frente a mí una gran estantería repleta de libros y un retrato de un hombre, sólo se veía el mentón recortado con una corta barba, unos labios y una recatada nariz.

Aquel enigmático mentón me despertó una tremenda curiosidad. Me gusta mirar de frente y a los ojos, siento el corazón en la mirada. La foto me privaba de mi más fehaciente evaluación. Los labios, silenciosos, expresaban con su mudez miles de ideas y pensamientos. La sabiduría del que calla y disipa lo mordaz.

Aquellos grises y negros de la imagen me recordaban la noche. La oscuridad esconde los mayores misterios, las sombras más oscuras, la muerte. Átropos se pasea por las tinieblas cortando los hilos del destino. Puede ser la mayor de las oscuridades o el más sabio de los resplandores; tiene ese sentimiento encontrado. Es el cómplice perfecto de violentas pasiones que fertilizan cuerpos. La noche también estaba en el retrato.

El instinto primigenio de aquella barba incipiente. El roce sobre el cuerpo desatando los sentidos ancestrales. Por aquel entonces no había rostros rasurados. El hombre es y será cazador, de sueños o realidades, pero su barba lo delata. El poder de la virilidad, de la seducción, del caballero, del guerrero. Un maquiavélico manipulador que oculta su rostro.

El retrato me trajo todas aquellas divagaciones. ¿Me revelaría sus secretos? Un agradable aroma a rosas se apoderó del entorno. Las voces se fueron disipando. Con mi mirada fija en el retrato percibí como si aquel se girara en un leve movimiento, dejando en el giro como una estela. De pronto, estaba en la misma galería pero era diferente, no había alboroto y la estancia estaba más oscura.


Cerré los ojos intentando centrar la vista y al abrirlos alguien estaba sentado en el otro sillón. Me sobresalté pero el hombre en cuestión, con un ademan, me expreso que me tranquilizara. El retrato había desaparecido de entre los anaqueles. Volví a mirarle aturdida y me habló:

- Cuando la noche cae suelo salir de entre las sombras. Vuestro rostro me es familiar. ¿Venís mucho por mis reinos? No importa, solo decirle que me agrada su regreso. En el ladrillo del pozo, donde está grabado mi escudo, encontrarás mis secretos. Ha pasado demasiado tiempo pero me alegro infinito de verla, Majestad. Estoy cansado.

En aquel preciso instante alguien me golpeó en el hombro.

- Señorita ¿Se ha quedado dormida?
- Perdón—aturdida— ¿Cómo dice?
- ¿Se ha quedado dormida señorita? Ya ha terminado la inauguración. Un poco más y se queda aquí encerrada. Permanecería atrapada en estos muros hasta mañana y ya sabe lo qué se cuenta: por la noche los fantasmas pasean por el palacio.

Me había quedado dormida mirando el retrato o algo extraño se había apoderado de mí. Me disculpé y me dispuse a marcharme, pero antes de salir, le hice una pregunta al camarero:

- Perdone que le moleste de nuevo, el palacio tiene un pozo.
- Sí, lo puede ver a través de la puerta acristalada a su espalda. Está en el patio interior, se tiene intención también de abrirlo al público pero aún no está restaurado.
- Me podría hacer un último favor ¿Puedo verlo? Me han enviado para hacer un artículo sobre el evento y puede ser de interés.
- Es tarde pero si no se entretiene demasiado no hay problema. La puerta está abierta.

Pasé al patio, me acerqué al pozo y apoyando mis dedos sobre el brocal comencé a girar alrededor de él. Cuando llevaba recorrido medio borde vi un ladrillo con un escudo. Me agache, di unos golpes sobre él, estaba holgado en su hueco. Lo moví un poco y salió hacia fuera. Había una oquedad y en ella un una bolsa de cuero. Mis ojos se salieron de las orbitas. Abrí la bolsa y deposité en mi mano lo que contenía: unas monedas doradas y un broche de esmeraldas. El camarero, también abrumado, me preguntó cómo sabía de aquel escondite. No quise darle una explicación. Llamó al dueño y aquel se sorprendió aún más al ver el broche.

- ¡No puede ser, el broche de la Duquesa! ¿Cómo lo ha encontrado?
- ¿Sabe usted qué es esta joya?—con una expresión de sorpresa.
- Cuenta la leyenda que Don Carlos López, escudero del Rey, estaba enamorado de la Reina, su amor era recíproco. Se veían a escondidas. Ella mandaba a una de sus doncellas con un saquito de cuero con unas monedas de oro y el broche de esmeraldas. Cuando Don Carlos lo recibía sabía que esa noche podían verse en una antigua y alejada capilla de palacio donde apenas iba nadie. Alguien traicionó a los amantes. El Rey se presentó en el palacio de los López en busca de la joya como indicio del delito pero jamás fue encontrada. Don Carlos fue acusado de perjurio y murió días después, ajusticiado. Salvaguardó el nombre de su amada, la Reina, al no hallarse el broche. Se llamó el Broche de la Duquesa pues las esmeraldas fueron traídas de la Indias por una poderosa duquesa de aquella época, con las que se hizo dicho broche y fue regalado por ésta al Rey.

Conté al dueño lo ocurrido en aquel apartado lugar de la galería. El fantasma de Don Carlos me había visitado, no sé muy bien si en sueños. El propietario se acercó a un estante cercano a la chimenea y cogió un gran libro de cuero, entre sus apergaminadas hojas había unas láminas que me mostró. Una era el retrato de Don Carlos al que reconocí al instante, otra era la imagen de una mujer con corona. Volví a sorprenderme. ¡Aquella mujer se parecía a mí!

La inauguración de la librería cafetería el Caserón de López es uno de mis mejores artículos, y una de mis más emotivas y fantasmagóricas historias. Creo que aquella noche me enamoré del lugar y de Don Carlos. Suelo visitar con asiduidad el local. Siempre me tomo un chocolate al final de la galería, en el reservado, pero jamás he vuelto a recibir la visita de tan gentil amante. No pierdo la esperanza de que un día regrese.

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