miércoles, 13 de noviembre de 2013

ARDINDRA


“En mi pobre vida, tan vulgar y tranquila, las frases son aventuras y no recojo otras flores que las metáforas." Gustave Flaubert.

Mi nombre es Ardindra, aquella que aúna el fuego y el trueno. Mis cabellos largos y ensortijados recuerdan a una gran hoguera enmarañada de llamas. Soy la dama cuentacuentos, aquella que escribe y narra historias de realidad y ficción. Decidí alejarme del mundo, vivo en el bosque de Ayantra. Mi hogar es la cueva cercana al arroyo, el que divide dicho bosque.

Necesitaba escuchar el silencio en mi corazón. A pesar de que la subsistencia es dura en la naturaleza, la prefiero antes de la vorágine humana de la civilización. La época más irascible es el invierno, con la nieve, pero es reconfortable dormir junto al fuego, bien abrigada. Necesito este entorno para mis palabras. He de sellar mi destino, evolucionar, asumir mi éxodo.

La cueva tiene una chimenea natural que las inclemencias fueron horadando en la gran piedra. Mis enseres son humildes. Mis objetos más preciados son una mesa tallada en madera de tatajuba y una espesa manta de lana azul cielo; el cacharrero Darlon me los regaló en agradecimiento por haberle curado una herida de garrapata que le producía fiebre y dolores. Le dije que eran excesivos los regalos pero, como excusa, me expresó que ambos llevaban demasiado tiempo con él. Al no venderlos, comenzaban a ser un estorbo.

Darlon pasa por mi cueva un par de veces al año y sigue siendo agradecido. Siempre me trae algún presente además de enseres primordiales para mí, como papel y lápiz. A cambio le preparo hierbas que luego él vende. Él es la viva imagen de un ermitaño. Su cuerpo con los años se ha ido encorvando por lo que se apoya en una vara de arce. La barba cada vez más blanca encubre un rostro de bondad. Sus ojos de un azul casi transparente son serenos y limpios, pero aún conserva juventud en la mirada. Su longeva vida viajando acompañado de sus trastos, por sus historias, ha sido apasionante. Le admiro y le quiero, aunque creo que lo ignora, me importa poco su edad. Cuando llega, compartimos dos o tres jornadas donde me cuenta sus hazañas y yo mis nuevos cuentos. Es una delicia el trueque de objetos y ficciones, de aventuras y manjares.

Lua siempre está a mi lado y me protege, es mi loba. Ella llegó tras dos inviernos en el bosque. Acudió a la cueva sola, triste y desvalida. No hacía mucho que había llegado a este mundo, creo que no tenía ni dos acron, o sea, ni unos 40 días. Tiene el pelo grisáceo de brillo intenso y ojos castaños. Cuando compartimos la calma la hablo y ella, como si entendiera, me contesta con su mirada.

Los cuentos que llegan a mis manos desde mi subconsciente precisan cambios, invertir la realidad viajando a otros universos. Necesito no tener rutinas para que la creatividad impregne el aire que respiro. Procuro las tareas obligadas no hacerlas a las mismas horas ni de las mismas maneras. Unas veces pesco al atardecer, otras en la madrugada, cojo bayas cuando el sol calienta o tras el primer bocado de la mañana. Acopio en gavillas las hierbas que me avalan. En verano suelo recoger las manzanas del viejo manzano que hay junto al arroyo; también avivan mi imaginación; me encanta hacer dulces con ellas, sacarlas brillo e hincarles el diente o simplemente hacer compota para la cena.

Anhelo el instante en que Darlon regresa, casi nadie se interna tanto en el bosque de Ayantra. Hoy el viento vuelve a traer los sonidos de su carro. Salgo corriendo a recibirle y, sorprendida, le encuentro tirando de su montura sin su vara de arce. Cuando llega a mi lado me abraza con fuerza. Ambos manifestamos nuestra alegría por el reencuentro.
Pasamos a la cueva donde preparo un aromático caldo y unas truchas pinchadas en una caña sobre el fuego. En la mesa de tatajuba descansa un cuenco con compota de manzana. Está diferente, rejuvenecido. Él me cuenta que viene del mercado de Nanmilia. Pone sobre la mesa una botella de ambrosia comprada en dicho mercado.

En el ancestral Nanmilia casi siempre luce un sol radiante. Se necesita una jornada completa para recorrer tan inmenso mercado. Me describe lo que más impresiona de él, su extraordinario cuadro de colores que conforman cada tenderete, cada calle y cada mercader. Saca del zurrón un envoltorio y me lo da. Nerviosa, lo abro, es una llave de plata muy ennegrecida. Me cuenta que es una de las llaves de Jaroel que se supone son siete. Abren puertas a otras dimensiones pero sólo en las noches de luna nueva, bajo la oscuridad.

Acariciando mi rostro me susurra, con su voz profunda, que algún día abriremos alguna de esas puertas con palabras mágica y viajaremos juntos, me sonrió. Lua le lame las manos, también está contenta de su compañía.

Por primera vez me cuenta que nació en las áridas tierras de Aidni donde los días son extremadamente calurosos y frías las noches. Me explica que siempre ha buscado una neira, yo le espeto qué no sé que es una neira. Una neira es una dama cuentacuentos, ellas reconfortan las gélidas noches a los de su tribu. Me alarga su mano donde lleva tatuado en el dorso un símbolo, una especie de llave rodeada de siete emblemas. Sigue explicando que se decidió a viajar en busca de su neira, la que deleitara sus noches y llenara su corazón. Tras muchos viajes y desencuentros, la ha encontrado. Una tristeza invade mi corazón, tal vez esta sea la última vez de su regreso, intento disimular.


Darlon pone su dedo corazón en mi frente y me dice que cierre los ojos. Noto un cálido cosquilleo, tras unos segundos, los abro y frente a mí hay un joven de cabellos negros, aunque reconozco sus ojos de un azul transparente. ¿Qué ha ocurrido? Él me tranquiliza, ha necesitado tiempo para conocernos y confiar el uno en el otro, para confesar su secreto.

Absorta le miro, me besa en los labios y me dice que yo soy su neira. Siente no haberme contado toda la verdad antes. Darlon es el príncipe de Aidni, el desierto de las fabulas, todos sus futuros monarcas deben salir a buscar a su neira para continuar con la leyenda. En la próxima luna nueva viajaremos a su reino con la llave de Jaroel.

De cómo el príncipe de Aidni encontró a su neira es mi mejor cuento, el que narro en las gélidas noches a los de nuestra tribu, entre algún aullido de Lua y alguna que otra lágrima de emoción en mi rostro.

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