martes, 26 de marzo de 2013
LA HORA DEL LEVIATÁN
Foto de Toledo de Jesús Mª García Flores
El cielo enviaba un mensaje siniestro. Los rojos, anaranjados y grises encapotaban la ciudad. El agua del río se iba cubriendo de negro salpicado de destellos, los ojos del leviatán acechaban. Desde una resguardada esquina de unos viejos muros contemplaba como el viento sometía y torturaba a los arboles. Estaba irritada. Eso es lo que tenemos las vetustas hechiceras, reconocemos los cómplices cambios climáticos del caos.
Samuel se retrasaba. Las órdenes eran precisas. Se apropiaría de la vasija sefardita de Azarquiel, del puñal sarraceno de Al- Mamún y del cáliz del Cardenal Arzobispo de Toledo Don Bernardo de Sandoval y Rojas. Estos objetos estaban custodiados en el mismo lugar. Serían devueltos tras el ritual. Se podía acceder a ellos desde tiempo inmemorable por un subterráneo oculto tras un muro de piedra. Dicho muro giraba por un mecanismo de contrapesos al introducir una herrumbrosa llave hueca.
Estaba nerviosa. No dejaba de dar vueltas a las monedas de plata de Emperador Valerio, las que la abuela me regaló el día de mi iniciación. Tenía que llegar antes de las siete, era la hora indicada. La hora del leviatán el que representa las fuerzas preexistentes del caos.
Una figura corpulenta y enorme se acerca. Su cabello largo se bate con el céfiro despejando su rostro. Aquel rostro ovalado, de nariz afilada, ojos azul hielo y barba lampiña. Las patillas anchas como de bandolero, para dar rudeza a su cándido semblante. De sus grandes manos cuelga su mochila y el fardel.
Le cogí del borde de la chaqueta y corrimos hacia el centro del puente. En ese punto había el símbolo alquímico del azufre. Coloqué el cáliz sobre el símbolo. Derramé el aceite sagrado aromatizado con mirra, cinamomo, casia y caña aromática tras haberlo depositado en la vasija sefardita. Con el puñal me infringí un corte en la palma de la mano y dejo caer unas gotas también sobre el cáliz. Saco de mi cartera la bolsa de hierbas y las esparzo sobre la mezcla. Samuel sujeta el cáliz.
El viento sobre mi cuerpo cada vez es más intenso. Alzo mis brazos y recito las palabras que me había enseñado la abuela: Sancte Míchaël Archángele, defénde nos in praelio, contra nequítiam et diábolo esto praesídium.
Vuelco el cáliz sobre el agua del rio. El viento cesa y la noche envuelve la urbe despejándose el cielo y mostrando miles de estrellas. Me abrazo fuerte a Samuel y él me agarra del pelo dejando mis labios de frente. Me besa. Todo aquello despierta en nosotros un instinto violento, imparable. Aún queda mucho que hacer en la noche pero habrá tiempo para todo. Los subterráneos esconden muchos secretos y pasiones.
Cada cien años, en el momento preciso, se realiza este conjuro para protección de la tierra. Ya no volveré a invocarlo. Tendré que legarlo a mis descendientes. Soy Marta la heredera de una estirpe de vetustas hechiceras. Algún día os contaré mi historia.
martes, 12 de marzo de 2013
STRASSEN
“No recuerdo todo lo que siento pero sí siento todo lo que recuerdo”
Algunos de los mejores recuerdos tienen melodía. La música y el baile están íntimamente ligados. ¿Bailar es solo mover los pies y el cuerpo al ritmo? No, se puede bailar con la imaginación, con los colores y con los recuerdos. Si me preguntaras qué significa para mí bailar, te diría que bailar es Strassen. Tras muchos años hoy vuelvo a pisar su pista vieja y deteriorada.
Nunca olvidaré su imagen con esos zapatos rojos de aguja y su vestido de flores ceñido a la cintura de falda de grandes vuelos, hombros y espalda al aire, sólo a ambos lados de su cuello unas tiras anudadas en su nuca. Aquella nuca desnuda, delimitada por su cortísimo y negro cabello, aquellos encarnados labios y aquellos ojos felinos me enamoraron.
Por entonces estaba de moda la Lambada del grupo Kaoma. Ritmo de cuerpos ardientes entrelazados, adheridos y sudorosos. Dos bailarines dominados por la fiebre afro-antillana. Lambada significa movimiento producido por un latigazo. Eso es lo que provocaba ella, una herida profunda de látigo que me dejó una cicatriz perpetua.
Hoy estoy en Strassen. Me han encargado estudiar el local para su completa remodelación, tirar tabiques, asentar cimientos, renovar instalaciones e infraestructura para redes de comunicación, etc. La empresa que me ha contratado es de informática. ¡Qué paradoja! Aquel lugar había albergado multitud de pasiones, encuentros, escaramuzas, risas y diversión. Ahora era sólo un mínimo vestigio y muy pronto todo sería añoranza como ella.
Ana era mi profesora de dibujo en el instituto. Un día Manuel y yo decidimos colarnos como fuera en aquel local de moda llamado Strasen. El entorno emulaba una calle cualquiera con sus tiendas y locales, en uno de los lados aquella vía terminaba en una gran plaza donde estaba situada la pista de baile. Lo habíamos intentado multitud de veces sin conseguir pasar. Y entonces, llegó ella e inexplicablemente pasamos después de que cruzara unas palabras con el gorila de turno de la entrada. Nos miró con una sonrisa pícara y nos hizo un ademán para que la siguiéramos: “a nadie le amarga la música y el baile, no es ningún delito, no creo que os hagan caso muchas chicas” dijo soltando una carcajada”.
Pasé la velada persiguiéndola con la mirada, soñando que bailaba con ella, idolatrando sus sensuales movimientos. Sé que lo de Ana suena más a compasión y burla. Aquella falda de colores girando sin parar, mostrando con descaro sus eternas piernas, su ropa interior negra fue el clímax espontáneo de un adolescente. Reía y bailaba con unos y con otros, como si se la disputaran. Los movimientos de sus caderas aún me producen escalofríos. Me enamoré de aquella estampa, de una calla antigua con balcones y su plaza y ella bailando. Después sólo la volví a ver en las clases. Manuel se burlaba de mí. Ella, sintiéndose idolatrada, se dejaba admirar con cada palabra e incluso algún que otro roce de sus manos en mi lápiz.
La decepción llegó con el nuevo curso tras el verano. Nuevos profesores y entre ellos el de dibujo, un hombre cuarentón, con mal aliento. Desde el primer momento me embadurnó los dibujos aduciendo siempre mi falta de interés y mis pocas dotes para la asignatura.
Han pasado los años y mi amistad con Manuel continúa. Una vez me dijo, con tono de guasa, que le había parecido ver a Ana de lejos, en la calle del Ángel, una callejuela del casco viejo, llena de balcones que iba a morir en una plaza. Le recriminé que a pesar del tiempo siguiera tomándome el pelo con mis bucólicos recuerdos.
Durante seis meses cambié por completo el entorno de aquel local. Lo adapté para sus necesidades. Pero en la sala de recepción, en homenaje a mis recuerdos, coloqué dos grandes sillones rojos, una mesa negra y en la pared un cuadro de una sala de baile con los colores de su vestido.
jueves, 7 de marzo de 2013
TERMA EN LA NIEVE
«Aprende a estar en silencio. Deja que tu mente tranquila escuche y se quede absorta». Pitágoras
Sumergida en aquella cálida terma de agua, los copos de nieve se van enredando en mi pelo, escarchándolo. Es narcótico el contraste del calor y el frío. El vapor forma nebulosas alrededor. Mis párpados se van cerrando por un pesado sopor, lentamente. Silencio tan solo roto por el plumoso viento que acaricia mis oídos y el chapoteo del agua entre las rocas. Aquel idílico lugar, alejado del desorbitado ruido de la ciudad, tiene la tarea de silenciar mi mente.
Sigue la nieve jugando con mis cabellos, el cuerpo desplomado, no pienses en nada. Aleja toda imagen e idea, las que te atormentan. Las lágrimas atraviesan mi garganta de puro sosiego. Es lo que necesitaba desde hace tiempo, llorar. Rodeada de altas montañas en aquel valle perdido, los cúmulos de nubes pasan lentamente. El reloj se ha ralentizado. Los árboles dormitan sin sus abrigadas hojas.
Cada una de las lágrimas me mitiga, limpian el alma, de eso se trata, de escuchar mi corazón. Una suave campana se acerca. Me levanto y ponen sobre mis hombros una especie de quimono de textura gruesa y unas zapatillas. Con un ademán de la mano me indica que le siga. Comienza a tocar de nuevo la campana, a cada sonido de ella un paso, un tintineo, un paso, lento, con parsimonia. Aprende a tener paciencia para llegar al destino.
Se hizo prioritario equilibrar mi mente tras su desastrosa sobrecarga. Gabriel dijo: «Si no hallas el camino adecuado finalizarás en el precipicio, estás demasiado cerca». Puso en mis manos este destino. Y en un arrebato de desesperanza marché sin demasiada expectativa.
Varias lunas van transcurriendo. No ha sido fácil, la tristeza y la apatía a veces me ahogaban. Hasta que, poco a poco, aprendí las vibraciones de la paciencia, del silencio y de la quietud. Todo llega cuando estamos preparados y en el trayecto hay duras enseñanzas. Algunos de aquellos con quien pensábamos terminar nuestros días, quedaran atrás como lección aprendida en el libro de las que algo recuerdas.
Escucho los susurros de mi corazón al que hasta hoy apenas oía. Dar un paso al son del lento tintineo de la campana me hace advertir cómo entra el aire en mis pulmones. Ese aire lleno de aromas de invierno. Ese invierno que dará paso a una nueva primavera, el resurgir de la vida, mi vida. Esa vida a la que creía ya organizada. Solo existe el presente, dejemos de buscar. Y desde luego, el amor no se busca, se encuentra. He comenzado por enamorarme de mí misma. Ahora.
Como cada mañana me sumerjo en la terma. La nieve dejó de enredarse en mi pelo, pero sigo sintiendo la levedad del viento gélido en mi rostro. Desplomo mi cuerpo. Inspiro y sólo escucho cómo mi corazón palpita. No sé el tiempo que ha transcurrido, dejé de tachar los días. Los cerezos comienzan a decorar sus ramas con pequeños brotes, con una pequeña flor perfecta. Mis párpados se van cerrando, sonrío.
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