martes, 30 de abril de 2013

EL CENTAURO Y LA SIRENA



“No te rindas, aún estas a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, retomar el vuelo.…
Porque cada día es un comienzo nuevo,
Porque ésta es la hora y el mejor momento,
Porque no estás solo porque yo te quiero.”
Mario Benedetti


Mi cuerpo tiembla y el miedo me estrangula. Presa del pánico apenas pude dormir. Me miras con una gran sonrisa como el que mira a un niño. Ese niño que por primera vez pedalea en su nueva bicicleta y aunque lleva las ruedecillas a ambos lados que evita perder el equilibrio, no deja de sentirse inseguro. Me agarras la mano con fuerza para darme coraje. Creo que no podré. Me hablas con tus sosegadas palabras, con esa forma que tienes de arrastrar las letras. Acaricias mi mejilla y me das un beso.

Por el portón izquierdo aparece Faraón, altivo, sereno. Es soberbio como su propio nombre. Otros de su raza son más estilizados pero él es recio, vigoroso, de azabache intenso. Su presencia cautiva.

Llega el momento, me acerco y le acaricio. Responde con un leve giro de cabeza hacia mí. Me incita a cometer el desafío. Complicado. Manos amigas tiran de mi cuerpo. Tú te has encargado de que nada falle. ¡Allá vamos!

Sobre la grupa del caballo siento que pierdo el equilibrio. La vista se me emborrona, no puedo. Entonces te subes también a su grupa, tras de mí, rodeas mis brazos con los tuyos. Ambos agarramos las riendas y comenzamos a cabalgar despacio. El centauro conoce mi miedo. En ese preciso instante dejo de temblar, mis temores se desvanecen. Rozo mis manos con tus manos, mi cuerpo se estremece. .

Abandonamos la silla de ruedas que me acompaña en el día a día. Veo como se aleja según Faraón va aligerando el trote. El viento acaricia mi cara y el bosque que circunscribe el horizonte se acerca. Un estallido de placer me desborda. Faraón has sido el humilde aparejo para alcanzar un sueño. Los tres cabalgamos durante una hora, un universo en la palma de la mano, la sirena sobre el centauro, una quimera hecha realidad. Hacer el amor al galope, sensualidad, éxtasis, deseo.

La libertad es el roce de las crines al viento, abandonada la silla, percibir el movimiento en mi cuerpo. Me ofreciste tu mano y extirpaste el miedo. Corrimos por el bosque, sus patas i fueron mis piernas mientras tu aliento susurra en mi oído.

¡Os quiero!

miércoles, 24 de abril de 2013

UN LUGAR DONDE REFUGIARSE



“Y es que un libro no es sólo un libro. Es también, entre otras cosas, los lugares donde lo leíste el consuelo que te dio en cada momento, la diversión, la compañía.” Arturo Pérez- Reverte.
Cuando la incertidumbre me agobia marcho dónde el subconsciente dirija mis pasos o mejor dicho, a las Cabañas de Jacobo. La vida es una serie de ciclos y los ciclos de inseguridad son muy vulnerables. He de tener la mente silenciosa y quieta.
Vivo sola. Salí demasiado escaldada con mi última relación. Me asfixió tanto que hoy no quiero perder mi espacio por nada del mundo. A parte, no he encontrado a nadie que vuelva a llenar mi corazón, ni nadie que se haya fijado en mí. Soy feliz con mi gente y mi actual vida.
Llevo unas mañanas que la melancolía me atrapa en su tela de araña. Las llaves del coche, el bolso de viaje, la chaqueta, la nevera portátil y los bolsillos llenos de mi anhelada ausencia de urbe y salgo como una exhalación. Es mi viaje en el tiempo, siempre regreso durante las tormentas o los anticiclones. El reposo del peregrino después de esta vida purulenta y toxica. El aroma de la Pachamama, como diría Jacobo, me aúlla. Él es propietario de tres cabañas en mitad del boscaje. Es mi vecino y mi casero en las ocasiones que me pierdo por allí, mi confidente de vez en cuando y mi amigo sempiterno.
Jacobo tiene nueve años más que yo pero ¡Cualquiera lo diría! Su cuerpo nervudo sin un ápice de grasa, sus hercúleos brazos y su inagotable espíritu hacen que parezca más joven. Se levanta a amanecer para correr por el bosque acompañado de “Dragón”, su perro. Luego ya en toda la mañana paraba, se ocupa de las tareas matutinas. Al medio día el aroma de buen guiso escapa por su ventana. Las tardes noches son para la meditación, la lectura y percibir cada latido de la naturaleza.
A punto de salir por la puerta suena el teléfono. ¿Contesto o no contesto? Sincronicidades de la vida es Jacobo. Le cuento que iba hacia él en estos precisos instantes. Quiere verme en el café Porteño, muy cerca de mi piso. Suele venir a por libros y algún material para arreglos o aficiones. Siempre que está por la metrópoli me llama. Hoy tal vez podamos recorrer juntos el camino hacia las cabañas.
Ya en El Porteño él toma un mate y yo un café. Le digo que ha sido casualidad que me llamara pues me marchaba hacia Las Cabañas, sé que en esta época esta sólo por aquellos lares. Tras una charla animada e intranscendente me cuenta que ha venido a recoger un libro. Le pidió a una librería de esas con olor a pergamino y cuero hace más de un año. Está entusiasmado con su nueva adquisición. Otro más para su amplia y curiosa biblioteca.
Aún recuerdo la cara de boba que se me quedó cuando en su hogar me descubrió que tras una alhacena corrediza se escondía una escalera que bajaba a una especie de sótano. Cuando descendimos los peldaños y dio la luz se desplegaron ante mí cuatro paredes repletas de libros, un cómodo sillón de oreja junto a una chimenea y una mesa. Con el pecho hinchado como un palomo me dijo que aquello era su tesoro y sólo lo veían ojos privilegiados.
En el café me enseña una bonita caja de madera y dentro hay un pequeño libro. Jacobo me indica que tiene cuarenta páginas; la impresión fue de sólo cincuenta copias. "Tamerlán y otros poemas" el primer libro impreso de Edgar Allan Poe. Siento un cosquilleo en mis manos. Creo qué es la primera vez que tengo ante mí un libro tan valioso y además, de uno de mis autores favoritos.
Se agacha y de una bolsa situada a sus pies saca una rosa amarilla. Me la da con un brillo en sus ojos ámbar que exponen su entusiasmo.

- ¡Feliz día del Libro! Una rosa y un libro para ti.

Estoy turbada. No me sale ni una palabra. Le digo que es demasiado valioso, que no puedo aceptarlo. Me asevera que es mío y que no hay vuelta atrás.
Durante años he ido a su hogar, a escapar, a refugiarme. Hemos compartido en todas las fugas alguna velada con una buena comida, un buen vino y unas extraordinarias lecturas. Me ha hecho saber que esos instantes cada cierto tiempo han terminado de llenar su vida de retiro en la naturaleza. Ansía el momento de verme aparecer por el camino con mi destartalado coche.
Siempre me ha llamado la lánguida dama cuenta-cuentos. En nuestras lecturas me sorprendía su cara de admiración por las historias, ahora sé que parte de esa admiración era por mí. A veces el amor está donde menos lo esperas y en la persona que pasa más inadvertida. Aquella que te ha escuchado con infinita paciencia, que siempre ha tenido una sonrisa en la desesperanza y que nunca ha dado un “no” por respuesta ante las tormentas o anticiclones.
Nos vamos juntos hacia Las Cabañas. Me esperan seis estupendos días de aire limpio, paisajes esmeraldinos, murmullos de agua y brisa, y "Tamerlán y otros poemas” a la luz de las velas frente al fuego. Jacobo ha comprado otro sillón de oreja para su biblioteca.

miércoles, 17 de abril de 2013

NA’ASHJÉ’II ASDZÁÁ (La Mujer Araña)



“En navajo Na'ashjé'ii Asdzáá es la mujer araña que teje el destino de los seres humanos, los animales, las plantas y las rocas” Clarissa Pinkola Estés
La mujer araña es la que teje los hilos. Por la noche vaga por el mundo de los sueños y penetra en las mentes. Últimamente el dragón de agua, el que domina los cuatro elementos y es la esencia de la vida, la persigue. Quiere mostrar el camino de la sabiduría. Ella necesita escuchar en el silencio su propio latido y pausar su movimiento.
Siento los pasos de la maestra agazapada en la penumbra. Ella se hará visible cuando lo crea conveniente. Me iniciará en el momento exacto. Anhela ese instante pero aún no estoy preparada. Queda superar la última prueba.
Su lejanía supone que algunos recriminen la distancia. Piensan que su prepotencia queda evidente. Sufre, no quiero fallar al que realmente esté capacitado para su tejido. Pero el viento del norte la disipa, la enmudece. Sólo percibirán la vibración de su tela quien esté también en silencio.
Y así yo paso el invierno en la cueva, aletargada, soñando e instruyéndome. No soy salvaje por mi falta de control sino por mi esencia natural; íntegra sobre terrenos sanos y robustos. La fuerza emana de la inteligencia aguda del dragón de agua y la intuición de Na'ashjé'ii Asdzáá. Mi espíritu lúdico retoza con ambos en los mundos oníricos. No carezco de coraje pero la perseverancia es también importante.
Me tachan de mojigata, se equivocan. No entraré en el juego mientras no conozca lo que hace mi esencia a la luz de la luna. Y ante esa ignorancia, seguiré vistiendo la máscara. Los separa un universo de entes, no el océano.
Confunden mi afabilidad. Puedo investigar los recovecos de los aposentos y nunca entraré en otros mundos mientras no conozca el mío. Sé que hallaré mi destino por mi entereza.

Y así seguiré vagando entre los bosques. Y solo traspasaré ciertas fronteras con quien me demuestre que puedo hacerlo. Pues ya en otros tiempos jugué a otros juegos y no me divertí lo suficiente. Yo pongo mis reglas, en las que ella me adiestra, pero muchos no las evidencian.
Demasiados jugadores y pocos jugando con agudeza. Tan solo los elegidos vislumbran los hilos que tejen la telaraña. Tan sólo los elegidos perciben su destino y dominaran los elementos.
Y ahora de nuevo, el viento del norte me recrimina. No tengo que justificar mi empaque. Me obliga a seguir callada, aletargada, soñando e instruyéndome. Ya llegará el momento. Mi destino esta tejido y dominaré la tierra, el aire, el fuego y el agua. Ella estimará el instante.

miércoles, 10 de abril de 2013

LENGUAJE CORPORAL



Gran parte de las experiencias que he hecho sobre mí mismo las hice observando las particularidades de los demás.
Friedrich Hebbel (1813-1863) Poeta y dramaturgo alemán.

La sala está invadida de personas. Algún que otro habla en voz baja por lo que el silencio es interrumpido por un continuo zumbido. Otros como yo permanecemos callados a la expectativa, leyendo u observando. Soy incapaz de centrar mi atención en el periódico de esta mañana. Lo compré intuyendo que la espera podía ser larga.
La estancia es fría, casi carente de decoración y llena de sillas todo alrededor. Hay una litografía, la reconozco, de la diosa Themis con su venda en los ojos, su balanza y su espada. Ante mi incapacidad para concentrarme en leer observo a las diferentes personas que forman el séquito.
El primero que llama mi atención es en un hombre de mediana edad, de complexión fuerte. Pasea de forma sosegada de un lado a otro, deteniéndose de vez en cuando en las esquinas. Camina con las manos a la espalda como si no tuviera nada que ocultar. Lleva puesta una americana desabotonada que deja ver una camisa impoluta y una corbata anudada con precisión. Deduzco que aquella situación le es habitual. Está seguro y despreocupado.
En una de las esquinas hay una mujer joven de cabello rojizo. No deja de atusarse su larga melena. De vez en cuando se toca la nariz. Sus manos apenas permanecen quietas. Tiene las piernas cruzadas y el pie que está en el aire no para. Nerviosa e insegura, como frustrada, su actitud me ha hecho pensar que puede maquina alterar la realidad. No es muy de fiar.
Frente a mí se sienta un chico de unos veinte años. No he conseguido ver su cara, permanece con la cabeza agachada mirándose las manos. Sus dedos juguetean con un cigarrillo apagado. Creo que sus dudas y pesar no le permiten mirar a nadie. Esta flaqueado por una mujer que no para de suspirar, con ojos tristes y con un pañuelo entre sus manos. Al otro lado un hombre maduro con cara seria, labios apretados y cabeza inclinada hacia un lado. Sus ojos están inyectados de sangre. Se le ve rígido. Descubro que acompañan al joven cuando cruzan unas breves palabras.
Sentada a mi lado una mujer con gafas y envoltura intelectual. No desiste en leer y pasar hojas de una carpeta. Junto a ella un maletín que deja ver otras muchas carpetas como la que manipula. Está totalmente absorta. Mientras que espera ha decidido aprovechar el tiempo. Creo que está habituada también al lugar.
Hay un hombre de unos treinta y tantos, en las sillas de enfrente con gafas de sol oscuras. Sus brazos se cruzan en el pecho intentando protegerse, no está a gusto. En el recinto que estamos sin ventanas al exterior, iluminados por fluorescentes no es necesario la utilización de gafas lo que me indica que pretende ocultar su vista o sus intenciones. Da la sensación de estar tranquilo pero se toca continuamente un costado de la cazadora de cuero que lleva. Un talante macarra y pendenciero. A su lado tiene una bolsa tipo bandolera.
Me doy cuenta que una joven me está mirando con atención. La miro y en un gesto instintivo saca la lengua y humedece sus labios. Ahora se muerde ese mismo labio inferior húmedo. Juraría que está teniendo pensamientos lascivos aunque el lugar, desde luego, es inapropiado. La miro fijamente hasta que desvía su mirada.
La puerta se abre dejando ver otra sala. Una mujer de aspecto riguroso entra con un cuadernillo entre sus manos. Lleva puesto un traje gris marengo y una camisa blanca sin ningún tipo de complemento. Comienza a nombrar y el chico de la cabeza agachada se levanta y alza su mano con desgana. También nombra al caballero que con serenidad está paseando por la sala. Les pide que la sigan. El señor de aspecto furioso se levanta pero la mujer le niega con palabras educadas traspasar la puerta.
Llevo media hora lucubrando con algunas de las personas que me rodean sin darme cuenta que Rodrigo ya debería de haber llegado. Estoy allí para acompañarle, tiente que ratificar su declaración. Tal vez mis divagaciones sobre el lenguaje corporal han hecho que me haya evadido y esté tan laxa. Mi destreza como buscadora de libros y ejemplares insólitos para la librería me ha enseñado a identificar ciertos rasgos y actitudes.

Se abre la otra puerta, por la que se entra, es Rodrigo. Le hago una seña. De pronto el hombre de gafas oscuras se levanta acercándose a mi amigo. Lo agarra del brazo. Me sorprendo. Le susurra algo al oído que no logro escuchar. Me acerco.
- Hola Rodrigo.
- Hola. Llego un poco tarde. Ana te presento a mi abogado.

Tras intercambiar unas palabras descubro que ellos anoche estuvieron de farra. Las gafas ocultaban una buena resaca. Los brazos cruzados comodidad tras la diversión. Su bolsa llena de documentación y su cazadora de cuero una prenda actual. Mi olfato del lenguaje corporal se ha despistado. El abogado es muy educado y tiene buena planta.

miércoles, 3 de abril de 2013

SUEÑO, PESADILLA O REALIDAD



“En el sueño se revela el problema vital de un individuo en forma simbólica” Alfred Adler.

Todo es oscuridad, me siento intimidado, no veo absolutamente nada. Se oye en aquel atezado ambiente un chasquido seco y fuerte. Mi inquietud se acentúa. No me puedo mover, algo me aprisiona las manos. Una tenue luz aparece dejando ver una silueta oscura.
La sombra gira un poco la cabeza y distingo un cabello ordenado caóticamente en un moño sujeto con una aguja. Se gira un poco más y el contorno se hace voluptuoso. Es una mujer, sus redondeados pechos la delatan. Se vuelve mirándome. Aquellos ojos esmeraldas se clavan y provocan una desmesurada exaltación. No puedo dejar de mirarla. Se acerca y tiro de mis manos aprisionadas pero sigo sin poder moverme. Estoy de pie sujeto a unas cadenas.
Ella pega su nariz a mi cara. Siento el aliento que me cosquillea. Acerca la mano también a mi rostro y con suavidad desliza su pulgar acariciándome hasta el cuello.

- ¿Quién eres?—grito con angustia— ¿Por qué me tienes encadenado?

Ella no contesta. Comienza a caminar a mí alrededor situándose tras de mí. Me doy cuenta que tengo el torso desnudo y llevo unos pantalones vaqueros ajustados. De pronto, siento sus manos en mi espalda sobre mis hombros. Comienza a bajarlas clavándome las uñas. Noto como una especie de escozor por donde las va deslizando pero no es un dolor intenso. Ahora posa sus labios sobre mi cuello y me muerde. Suspiro. Es una mezcla de miedo y deseo. No sé cómo he llegado pero la reconozco:

- Hola Em —susurra mi nombre— eres mío y tendrás que hacer lo que yo te ordene.
- ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué me tienes encadenado?
- Tú tienes la culpa, perseguiste mi sombra y caíste en mis garras.
- Suéltame —suplico bajando el tono de voz.
- No puedo ni quiero a no ser que hagas lo que yo te pida.
- Qué quieres.
- Te quiero a ti—sigue susurrándome en el oído.

Vuelve frente a mí. Lleva puesto un corpiño que deja ver parte de su pecho, hasta la aureola de los pezones, y una falda con dos grandes aberturas a los lados hasta sus muslos. Va descalza y tanto las uñas de las manos como las de los pies están pintadas de negro. En su cuello lleva una gargantilla con un escorpión. Un intenso calor me ahoga y noto cómo mi sexo se va irguiendo aprisionado en el pantalón. Me avergüenzo. ¿Por qué ante la angustia que me supone tal situación me puede estar pasando esto? Se acerca a mi boca y metiendo la lengua me besa con pasión. Sigue jugando con su lengua arrastrándola por el cuello, baja al torso y miles de sensaciones se me despiertan con cada roce. Llega a mis pezones y me muerde fuerte, haciéndome daño. Pero continúa, sigue bajando despacio hasta mi ombligo. Ahora con una mano comienza a desabrocharme el pantalón, lentamente, mi vello púbico se va quedando al descubierto. Veo que lleva la otra mano a su cintura y saca una especie de daga pequeña.

- ¡Para! Haré lo que tú me digas pero, por favor, suéltame.

No me hace caso, continúa amenazante con la daga e insidiosa con la otra mano…

De pronto, me despierto empapado en sudor. Sólo era un sueño. Mi respiración se entrecorta. Me levanto acercándome a la nevera y cogiendo la botella del agua. Me arde la garganta y tengo la boca seca. Dejo que el agua me chorree por el cuello. Son las cinco y media de la madrugada pero creo que de momento no pueda volver a dormir.

Voy al sillón del salón con la botella de agua aún con la respiración entrecortada. El corazón casi se me sale del pecho. ¡Por Dios!—me susurra la conciencia—. He de quitarme de la cabeza este delirio. Esta atracción siniestra por la joven extraña y perturbadora que ha irrumpido en mi vida. Esa mirada inteligente y esos labios deliciosos son tóxicos. Un gozo me recorre cada milímetro del enardecido cuerpo y me crispa la piel. Vuelvo a beber y a dejar que el agua me caiga por la comisura de los labios.

Tras un rato, me deleito con mi cuerpo, necesito sosegar mi instinto. Una tenue luz me alumbra pero de pronto toda la estancia se ilumina. La tormenta de verano acecha la ya lúgubre noche tras mi inquieto sueño. Las gotas golpean fuerte sobre el cristal, está comenzando a llover y vuelvo a ver sus ojos en la ventana reflejados. Esos ojos libertinos lo dicen todo.

- ¿Se puede saber por qué me has dejado sola? Ya veo que no ha sido suficiente.

Ella sólo lleva puesta la gargantilla con el escorpión y una bufanda. Se pone a horcajadas sobre mí. Me tapa los ojos y desliza su lengua por mi torso hasta llegar a mis pezones, me muerde. Una corriente eléctrica recorre mi cuerpo ¿De qué tengo miedo? Ella susurrando me dice:

- Te quiero a ti. Por perseguir mi sombra has caído en mis garras.