miércoles, 29 de mayo de 2013
UNA RANCHERA CON VOZ ROTA
“La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas.” Aristóteles.
Siempre decía que la vida es una ranchera cantada con voz rota. La última vez que nos vimos me contaba sus inexpugnables secretos arrancados con unas copas de alcohol. Todavía hoy mi piel se eriza al recordar la pasión en sus palabras y gestos. Su imagen arrasaba donde estuviera aún en la madurez, seductor hasta el final, pero el atractivo no llena corazones.
Poseía un brillo inexplicable en sus índigos ojos a pesar de su cansada mirada. Su cabello hirsuto y tupido comenzaba a entretejerse de plata. La piel como semillas de cacao incitaba al pecado. El cuerpo enjuto aún mantenía una grotesca fuerza. Recuerdo ese cuerpo excesivamente musculado de sus años jóvenes. Esas manos grandes y espigadas capaces de levantar cualquier cosa como si de una pluma se tratara.
En las salidas nocturnas con él, sus manos de vez en cuando, como si necesitara constatar mi presencia, agarraban las mías con nervio. Era su forma de manifestar el cariño hacia mí desde tiempos que apenas recordábamos. Nos conocíamos desde el colegio aunque él era unos años mayor. Su presencia en mi vida había sido a trompicones, aparecía tras largos tiempos de ausencia. Eternamente volvía con una muesca más y una bala menos. Muchas mujeres saborearon sus placeres pero yo era aquella que nunca paladeó su cuerpo y la que más le conocía. Yo era la que escuchaba sus historias.
Decía que en el abismo de sus días estaría sólo, tirado en una cuneta. Yo le replicaba que ahí estaría para recogerle.
- ¡Ay mi niña! Tú no sabes lo que dices— con una fuerte carcajada— no quieras cargar con semejante piltrafa.
Tras una de sus ausencias, en uno de esos días de risas y confidencias, se levantó y me dio un beso en los labios. Ambos nos ruborizamos de aquel instante. Yo no era como las mujeres que ansiaban su cuerpo o buscaban sus placeres. Yo era su amiga, su confidente. Aquel beso fue limpio, profundo, intenso. Jamás volví a saborear tal néctar. Le admiraba. Era generoso, desprendido, fuerte. La fortaleza suele esconder la mayor de las debilidades.
Ayer llegó la noticia, me lo comunicó su hermana. A mucha distancia del hogar, de sus seres queridos, partió. Hoy he recibido una carta. Con una copa sobre la mesa y relente en los ojos leo sus palabras que tañen la despedida:
Hola mi niña:
Necesito compartir contigo mis últimas confidencias. Mi corazón ha sido la brújula de mi alma viajera. Un corazón descentrado que comienza a latir despacio, roto y cansado. Te eximo de la obligación de recogerme en la cuneta de mi existencia.
Tras el roce de muchas manos me quedo con el roce de tus palabras. Siempre me diste el calor que necesité. Has sido el amor de mi vida y la mayor de mis cobardías. Soñé con morderte la boca pero nunca he tenido el coraje de agarrarme a ti, por miedo a hacerte daño. Si te hubiera fallado jamás me lo hubiera perdonado.
Estoy enfermo mi niña, demasiado tequila y rosas. No me llores y no me olvides. Soñé con ser el agua que calmara tu sed. Hoy antes de partir no podía marchar sin desgarrar mi alma por última vez contigo.
Ya conoces de mi afición por los mariachis. Si he de poner música a lo que siento, he de decir que suene aquella canción que dice:
“Ay amor, aquí estoy preso de tu recuerdo en mi soledad.
Ay amor son tantos años y no hay remedio para mi mal.
Ay amor estoy vencido y no tengo fuerzas para luchar.
¿Dónde estás? Que cielo cruzas sin extrañarme nube perdida.
Porque no vienes a iluminarme luz de mi vida, regresa pronto que yo no vivo, si no es por ti.
¿Dónde estás? Detén tu vuelo y vuelve a casa nube viajera,
por una sola de tus caricias todo lo diera, aunque volvieras de nuevo a irte lejos de mí.”
Me arrepiento de mi cobardía pero aunque es tarde para amarnos hasta el amanecer no lo es para decirte que te quiero y te querré.
Siempre, mi niña.
Él llevaba un cordón de cuero con un corazón de plata que se partía en dos. Ironizaba de no haber encontrado a la persona a la que entregar una de aquellas partes o no poder dárselo a nadie por no ser de fiar. Junto a la carta me envió una de las mitades de aquel corazón de plata.
Las lágrimas rodaban por mis mejillas. La tristeza infinita e inexplicablemente, el corazón henchido. ¡Me había querido! Un amor noble y quimérico. Mi unicornio, alguien valioso al que nunca subyugué, alguien libre. Una ranchera cantada con voz rota.
miércoles, 22 de mayo de 2013
MENTIRAS
“…el crepúsculo me induce a pecar y, tal vez por eso, en la cincuentena reflexiono sobre mi relación con la comida y el erotismo…” Isabel Allende.
La brisa se mece en las copas de los arboles. Las nubes vagan con lentitud. La lluvia fina empapa la tierra. Tumbado en la cama, confortable, observa a través de la ventana. Ha dormido mal y la desgana paraliza el cuerpo. Además, no tiene nada mejor que hacer en todo el día. Los amigos están fuera de juego este fin de semana y Elena, amiga con derecho a roce, ha ido a ver a su madre enferma.
La semana ha sido dura y extraña. Tensión en el trabajo con temas bancarios e informes sin terminar. Rotura de agua en uno de los baños de su casa, casi le desbalijan el suelo de tres habitaciones. El coche le dejó tirado a diez kilómetros del despacho, retirada de vehículo con la grúa y sin medio de transporte hasta, al menos, diez días. Aciaga racha, los idus de marzo. Elena no volverá hasta mañana por la noche. ¡Le habría venido de maravilla su compañía para resarcirse!
Sobre las once tira de de él hasta la cocina. Un café caliente y una tostada con mantequilla y canela. ¡Le priva! Vuelta otra vez a la desgana, se tumba en el sillón y enciende el ordenador. Ningún mensaje de interés, ninguna novedad atrayente, ningún chisme suculento o… ¿tal vez sí?
Mira en el muro de Elena de su red social pero no puede entrar. Ella suele tener blindado su muro, dice que no sirve más que para cotillear y para ella es uno de sus medios de trabajo. Tiene otras formas de husmear en su muro aunque ella no lo sabe. Entra y sorprendido ve que ha colgado una imagen con una entrada y una rosa. Aumenta la fotografía y es una entrada para la ópera en palco, en el Teatro Real, esta noche. ¿Ha ido a ver a su madre o está en Madrid de escapada?
No le gusta sacar conclusiones antes de tiempo. Elena ha quedado en llamarle a la hora de comer. Seguro que se lo dirá. Aprendió a tener paciencia y no adelantar acontecimientos. Alguna que otra vez había metido la pata. Además, eran amigos, solían hablar de casi todo. Tenían una relación abierta. Siempre comentan que les había llegado la edad de no justificarse con nada, no mentir y hacer lo que les diera la gana.
Efectivamente Elena llamó. Él la dejó de hablar pero en ningún momento ni una sola mención de Madrid o de ópera. Tan sólo le contó que su madre estaba mejor y que mañana volvería. La llamada telefónica terminó. Perplejo cogió el móvil y envió un whatsapps a Elena: Diviértete en la ópera. No estaba enfadado pero si molesto y decepcionado.
A los pocos minutos el sonido de su móvil le advirtió de un nuevo mensaje: Estoy indignada, no puedes husmear en mi vida, no tengo porqué darte explicaciones, soy mayor para hacer lo que me venga en gana. Ciao.
Si en algo estaban de acuerdo era en hacer cada cual su vida. Era absurdo mentir. Le contesta: ¡Y encima la ofendida eres tú! No entiendo nada.
La semana iba a concluir aún peor de lo que se esperaba. Ambos venían de parejas rotas. Se habían refugiado en la sinceridad, amistad e independencia. Para él estos últimos años habían sido utópicamente perfectos. Estaban juntos cuando les apetecía o cada cual por su lado cuando lo precisaban. Una vez más se demostraba la teoría de que todo cambia y nada es perfecto.
Otra vez el sonido del móvil con otro mensaje: No te había dicho nada precisamente evitando estos rollos. No ibas a entender que me invita mi jefe. Ya hablamos.
Él apagó el ordenador, el móvil y la mente. Estaba confundido, con un sentimiento encontrado de culpabilidad y de enfado. No sabía cómo siempre Elena acababa teniendo razón y él considerando que había hecho mal las cosas. Se le habían quitado las ganas de comer. Con este galimatías en la cabeza se quedo dormido en el sofá. Despertó por la tarde. Merienda un poco de tarta de chocolate con frambuesas que le aguardaba en la nevera. Se ducha y sale a tomar algo solo, no necesita a nadie.
Va al local de moda y pide uno de esos extraños y deliciosos cocteles de flores, un Caipiroska de pera y lavanda, una forma novedosa de tomar vodka. Una chica se acerca con una copa de color rojo a juego con su vestido y le pregunta con una sonrisa ingenua:
- ¿Cuál es tu cóctel? El mío es un Rose Martini.
A Elena también le gusta el Martini. La manera de entablar conversación con la chica del Rose Martini no es demasiado inteligente pero, por algún sitio hay que empezar. Tras las respectivas presentaciones y un rato de charla la chica del Rose Martini comienza a humedecer sus labios. Sus ojos, con un brillo febril, se clavan en los de él. La invita a salir fuera y dar un paseo en su coche. Ella acepta. Las nubes siguen cubriendo el cielo y la brisa acaricia las copas de los árboles. La lleva a la carretera que circunda la cañada. Detiene el coche al borde de un precipicio con una espléndida panorámica. Comienza a llover y la música de las gotas de agua sobre el cristal atempera el escenario.
Se miran y ella se abalanza sobre sus labios. Él la agarra de los hombros y va subiendo sus manos a la nuca. El escenario se caldea tras unos minutos de besos y caricias. Los cristales comienzan a empañarse. La chica del Rose Martini en una maniobra ágil se acomoda sobre él. Según baja sus manos va desabrochando la camisa apresurando el recorrido. Las manos de él se entremezclan con su ropa interior. Sucumben, jadeantes, al placer de una noche loca. Estallido de instinto y pasión. Tras una hora de Martini y Vodka se recolocan las ropas distribuidas por el coche. Ella le pide que la deje en el local donde se han conocido.
Vuelve a casa cansado pero satisfecho. Al menos la semana no va a terminar tan nefasta como presagiaba. Miles de almas buscan el solazarse en las noches de sábado y tan solo para ese tiempo. Se queda dormido envuelto en una nebulosa escarlata.
Por la mañana suena el móvil, es Elena. Le pregunta que si sigue enfadado y que tal su noche. Él contesta que no, que ya no está enfadado. Anoche salió a tomar unas cañas, nada fuera de lo normal en una noche de sábado. Ella también le dice que su jefe y la ópera en la misma línea, una velada estereotipada de ópera.
Elena se despide:
- Hasta esta noche, tengo ganas de verte. Llevaré champagne y fresas.
Él también con una leve sonrisa en la comisura de sus labios la dice:
- Prepararé las copas. Hasta luego nena, te espero con impaciencia.
El crepúsculo del domingo también augura ser de Martini y Vodka agitados con caricias, eufemismos y mentiras.
miércoles, 15 de mayo de 2013
ESQUIZOFRENIA.
“La esquizofrenia no depende de la debilidad de la conciencia, sino de la fuerza del inconsciente” Jung
María es una muñeca de porcelana, tez blanca, ojos claros, rostro cándido y semblante frágil. Su carácter apático, retraído y a veces delirante la hace poco sociable. Además ha tenido un mal año.
Juan es alto, piel curtida, ojos oscuros, facciones marcadas, anchos hombros y carácter firme. Ser maestro le permite dos largos meses de vacaciones en verano. Hace ya tres años decidió que el estío sería para dar un giro y luego volver otra vez a la rutina en otoño. Y así lo hace. Es otro Juan, sugerente, apasionado, lujurioso. Busca una víctima atractiva, madura, que pasa o ha pasado un mal momento. Despliega sus facultades innatas para la seducción.
Él ha aprovechado la vulnerabilidad de María para asaltarla e indagar con sutileza. Ella ha puesto todas sus esperanzas en el cálido verano y no le ha defraudado. Comienza a sentirse querida y mimada.
La esposa de Juan y los pequeños le abandonan en el estío para irse a San Petersburgo, con sus suegros. Al principio también iba pero las continuas desavenencias con sus parientes políticos les hicieron decidir, a ambos, pasar esos meses por separado. El precio sería la supuesta soledad de Juan.
Su suegra era la única que intuía su secreto. Siempre había dicho lo mismo sobre su persona a hurtadillas:
- Tu marido es un ser misterioso, como si fuera dos individuos diferentes.
- Por favor mamá— reprochaba su esposa— no digas tonterías.
Tres años ya que cambia su existencia cotidiana de profesor casado y con hijos por licenciado en historia, soltero y con una excepcional sutileza. Es maravilloso sentir como su conducta marital cambia. No tiene remordimientos, se vuelve un cazador de almas. Él es fiel en el amor a su esposa aunque no en el sexo. Esto ha hecho que renazca en su matrimonio un deseo casi extinguido, ansia el momento de poseerla, a su regreso.
¿Y qué ocurre con las mujeres que entran en su vida cada verano? Él piensa que no las engaña, se convence así mismo. En septiembre se tiene que marchar, está de paso. La culpa es de ellas que albergan falsas esperanzas. Nada perdura. Él también paga su despropósito, les regala sesenta días de su persona, con lo que conlleva de gasto físico y de todos sus recursos. Les hace olvidar, despierta la ilusión perdida como el adolescente en su primer amor.
Ellas, cuando termina la quimera, reaccionan de muy diversas maneras. La primera le dijo que no quería nada más de él tampoco, no sabía si por despecho, pero según ella también había jugado con sus sentimientos para pasarlo bien. Él no juega con los sentimientos de nadie, sencillamente se transforma. Siempre quiso ser Jekill y Hyde. No siente la traición.
La segunda, mujer visceral, cuando le dijo que se iba casi le saca las entrañas. Y en aquel forcejeo, entre golpes y arañazos, la tomo y la hizo el amor como si nada. La dejó en la cama derrotada, abatida y humillada.
Este año encontró a María, en la playa, con la vista perdida en el horizonte. La más delicada de todas y la más lasciva. Ni por un instante intuyó que en aquella tímida mujer descubriría la mayor de las exaltaciones. A su lado ha descubierto el placer de someter a alguien y hallar el mayor de los hedonismos. Cuando la ha dicho adiós ha llorado con desesperación. Él seca sus lágrimas y la besa. Esa dulce cara se queda atónita. Él, insolente, la suelta su retahíla, su discurso bien preparado. La cuenta que es su ángel de la guarda, apareció cuando le necesitaba. La hizo olvidar a lo largo de estos dos meses todas las calamidades del invierno. Recibió pasión y un amo que la protegió y dio seguridad. La hizo recuperar el aliento perdido. Aquel amor de verano la haría más fuerte y él siempre la llevaría en su corazón. Quería que sintiera que algo peligroso le acechaba. El héroe era capaz de dejarla para protegerla.
Él ignoraba que el peligro era más inminente de lo qué imaginó. María, con su apocamiento, se acerca a la bolsa para sacar un pañuelo. Eso pensó Juan, que pudo pensar más bien poco. Una punzada le quema las entrañas. Mira su mano y la ve ensangrentada. Su impecable camiseta de Armani blanca, poco a poco, se adorna de una órbita rojo cada vez mayor. María, aún con lágrimas en los ojos, lo ha acuchillado con un pequeño abrecartas en forma de puñal. Ella le besa y se marcha. Juan intenta a trompicones acercarse a una barca cercana para incorporarse y pedir ayuda. Cae la noche y no se ve a nadie en la playa. Él había buscado un lugar recóndito para su despedida.
Y allí, junto a aquella barcaza solitaria, sin entender muy bien lo ocurrido, contempla las estrellas y escucha el sonido del mar. Con la mirada perdida en el majestuoso espectáculo de una inmensa luna sobre el océano, la oscuridad ahoga su mente.
Mañana su esposa llegará ansiosa por sentir sus brazos. Esperará ávida el momento de acostar a los niños. Volver a estar con Juan a solas, reencuentro febril, noche de fuegos artificiales. Pero en este otoño nunca llegará la rutina, todo se acaba como el verano. Hyde aniquiló a Jekill pero… ¿Quién es Hyde?
miércoles, 8 de mayo de 2013
FILANTROPÍA
Imagen de Luis Royo
“No hay mejor trampolín que una mala conciencia para saltar a la filantropía” John Steinbeck
No siempre sale el sol para todo el mundo. Cabizbajo, por la cenicienta acera, daba patadas a todo lo que se interponía en su camino. Era a lo único que le podía dar patadas, a lo que estaba tirado por los suelos, en cierto modo como él. Taciturnos tiempos donde tenemos de todo, más conectados que nunca y más solos que siempre.
Su tristeza pasaba a la ira en decimas de segundos. Años juntos y había vivido con una desconocida. Alguien que le había dejado el corazón vacio y una inusitada lista de deudas de todas las índoles. Fuerte, pisa un bote de refresco dejándolo arrugado y plano. Si ella estuviera delante la patalearía también.
Monstruo escondido bajo largas pestañas, medusa de cabellos ondulados, el hades con largas piernas y falda corta. Por el amor que la tenía, ignoró sus pasos. Algunas noches llegaba con los ojos vidriosos, incluso a veces recogía sus vómitos. Sus días buenos, que eran pocos, resguardaban la mediocridad de su existencia.
La fatídica noche, él tuvo una reunión. Ella le dijo que ante su ausencia saldría un rato con sus amigas. ¡Miedo le daba el regreso! La reunión se alargó hasta muy tarde y ya de madrugada él se topó en el portal con un ser tambaleante que apenas se mantenía en pie. Dicho ser miró retador y sin entender, sin conocerlo de nada, siguió cansado su camino.
Al llegar a la puerta se sobresaltó. Estaba entreabierta. Traspasado el umbral parecía como si al interior de su apartamento lo hubiera arrollado un tornado. El abrigo de ella en el suelo, el paragüero tumbado, los cuadros torcidos e incluso un rayón de carmín en la pared. Con paso lento y precavido entró en el salón.
Tras una primera mirada de reconocimiento no encontró nada en apariencia extraño, salvo el desorden. Unos instantes después escuchó una respiración agitada y un leve lamento. Avanzó unos metros y la vio. Estaba caída entre el sofá y la mesa pequeña, casi desnuda, sólo tenía puesto el sujetador y el liguero con sus medias. La tomó en sus brazos y la llevó a la cama. Su cuerpo ardía, sentía el pulso muy acelerado. Ella entreabrió un poco los ojos mientras él la llevaba y le ofreció una leve sonrisa, lo acarició sutilmente el rostro y perdió el conocimiento.
La ambulancia la llevo al hospital con fuertes ecos de sirena. Iba grave por una sobredosis. Aquella madrugada en la sala de urgencias, llena de rostros ajenos y desencajados, recibió la fatídica noticia: su cuerpo no había resistido. El maldito veneno que la despojó de sus facultades, la había llevado a tal desenlace. ¿Cómo no se había dado cuenta que las borracheras iban acompañadas de otros galopes? Se sentía culpable por su benevolencia ante un problema que no debía de haber ignorado.
Los días después fueron aún más aciagos si cabe. Cuantioso desembolso para que sus cenizas volvieran a la tierra ¡Ni morir era ya fácil en estos tiempos! Comenzaron a llamar a su puerta yonkis y algún que otro vendedor de poca monta de droga. Unas veces por desconfianza, otras por falta de ánimo y otras porque le dejaran en paz de una vez, fue pagando las extorsiones de sus últimas vilezas. Descubriría que el energúmeno tambaleante con el que se cruzó en el portal aquella noche satisfacía sus necesidades de estupefacientes y sus ardores pasionales cuando las sustancias hacían efecto.
Se sometió a una revisión médica, quería estar limpio de toda esencia de ella. Agradecido hasta las entrañas de no tener ningún resultado anómalo ¡Sólo le faltaba eso!
Y así, paseando por las cenicientas aceras, solo, llegó hasta el puente Viejo. Dio una fuerte patada a una piedrecilla y ésta saltó por la baranda, se apoyó en ella y divisó la corriente del río por entonces con un gran caudal. Sacó una moneda y la lanzó al agua. Las exequias eran para pagar a Caronte. De ese modo simbolizó el adiós a ella hacia el reino de Hades y su definitiva despedida. Desde aquel instante decidió comenzar una nueva andadura.
Meses después trabajaba de voluntario en una Ong de ayuda contra la drogadicción y atención a drogodependientes. Allí la conoció, la psicóloga de la organización. Pronto se irían a vivir juntos.
La debilidad de las personas te puede ocasionar duras cicatrices que sangran eternamente o sanan por amor a la humanidad. Y es entonces, cuando se abren nuevos horizontes. Podemos vivir en la aflicción o lo hacemos en el agradecimiento.
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