sábado, 7 de septiembre de 2024

¡Silencio!

 


“El silencio tiene su lenguaje: sabe hacerse entender.”  Buda Gautama

El silencio es mi mejor aliado, disfruto con su presencia, tanto sola como, en ciertos momentos, acompañada. La serenidad que me aporta el silencio, a mis años, es algo de lo que más valoro. Mis gatos viven también en el mundo de los sigilos y ellos me acompañan sin aportar discrepancias a mis sentidos, muy al contrario, me los agudizan.

Dice la sabiduría popular que si lo que vas a decir no es apropiado mejor mantente callada. Hay silencios que no se olvidan y palabras borradas de la memoria. 

El silencio nunca pierde el tiempo trabajes o relajes tu mente; te hace aprender pues sólo con tu silencio puedes escuchar y escuchar es un acto de silencio; aporta creatividad, agudiza el oído y la mente. Te hace percibir sonidos que de otra manera pasarían desapercibidos y valoras la belleza de alguno de esos murmullos como los trinos de los pájaros o el susurro del viento entre las ramas de los álamos o las olas del mar arribando a la orilla.

El silencio aquieta los gritos y tristezas de mi alma, me hace reflexionar. porque las palabras y la charlatanería me agobian en determinados instantes. He aprendido a reconocer mis defectos y virtudes, trabajar en ellos y madurar.

El silencio es una conquista, no es fácil de acostumbrarse a su compañía, pero yo a través del tiempo lo conseguí, es mi aliado, me sería complicado renunciar a su presencia, le necesito en mi día a día.

A veces, el silencio pone distancia en las personas o las acerca para compartir dichos minutos. Si tu silencio me ignora es porque nada importante tienes que compartir.

El silencio me hace dominar mis pasiones que son muchas, las doma para que no se desboquen como caballo salvaje.

¡En fin, cuán bello es el silencio e imprescindible en mi universo!

 

jueves, 27 de mayo de 2021

El Aroma Dulce y Tostado del Pan

 


“La literatura está llena de aromas” Walt Whitman

Todos los días el mismo recorrido. Suelo pasar por el obrador de mi amiga Elena y, por supuesto, le compro el pan y algún capricho dulce cuando regreso a casa. Hoy me ha ocurrido algo inusual y que apenas recordaba. Había a la puerta del obrador un coche de un amarillo pastel que, junto con el aroma a pan recién horneado, dulce y tostado, trajo una imagen que hacía tiempo no evocaba.

Cuando era pequeño, unos cinco o seis años, todas las mañanas, se oía el pitido del coche del panadero en la calle. La mayoría de las vecinas bajaban a la par. Un Renault seis amarillo pálido, con el portón trasero abierto, exponía cestos de mimbre llenos de pan recién hecho junto con galletas rizadas de tahona y magdalenas. Guille, un hombre delgado y de sonrisa amable, nos recibía y a todos los pequeños nos obsequiaba con una de sus galletas doradas y a rayas que tanto me gustaban y me siguen gustando.

Y es que ese momento de parloteo entre vecinas, risas entre amigos, envuelto por el olor a pan eran un instante de placer indescriptible. Ahora en mi recuerdo percibo algo que entonces en mi inocencia no veía, y era el flirteo amable del panadero con mi madre. Su efusivo saludo ¡Buenos días, Lola! ¿lo de siempre? Seguido de su caricia en mi ensortijado cabello y acompañado de la galleta.

Después llegaron las panaderías y hoy nos decantamos por los obradores que con el mismo aroma nos reciben, pero han perdido el encanto de bajar a la calle y compartir con la vecindad aquellos instantes que nos llenan el alma de entrañables recuerdos

Así pues, hoy a Elena le he pedido una bolsa de galletas rizadas. No me he resistido a la tentación de ir por la calle comiéndome una galleta con una sonrisa bobalicona y la mente volando hacia la ternura de la niñez. Hace tiempo que supe que Guille, tras unos años con la memoria perdida, inició su último viaje, dejando su legado, un obrador. Vayan por ti amigo mis recuerdos, por tantas y tantas mañanas de instantes dulces y tostados. Tal vez en aquellos lejanos lugares sigas repartiendo pan con tu sonrisa.

 

martes, 23 de marzo de 2021

¡Buenos días!

 



“Lluvia de primavera; ¡pobre de aquel que nada escribe!”  Yosa Buson

 

Tras un año de retiro obligado, el tiempo va pasando factura y hay días en que al ánimo le cuesta remontar. Imprescindible que salga el sol y vayan floreciendo las plantas, oír el gorjeo de los jilgueros y el verdor de los campos tras la nevada. Hemos de comenzar a salir de este letargo.

Hoy tras una noche gélida sale el sol y parece que más fuerte. Igual que caldea las raíces de los árboles quiero que abrigue las mías. Y con una taza de café entre mis manos y de frente al astro rey, cierro los ojos y escucho como me habla el mundo que me rodea. Disfruto del despertar de la primavera. Pasan unos vecinos esbozados en sus mascarillas y nos saludamos con cordialidad. Es gratificante poder hablar, aún manteniendo los dos metros de distancia, poder comprobar que seguimos vivos superando aciagos meses.

Sigo frente al sol y noto su calor, pasa un desconocido, andando ligero, me saluda con timidez. Y a los diez minutos vuelve a pasar, con su zancada rápida. Cada cual activa su neurona y músculos como puede. Y tras otros diez minutos vuelve a aparecer, pero esta vez se detiene, con una leve sonrisa deja en el muro de la fachada un ramillete con bocas de dragón silvestres amarillos y margaritas. Sin mediar palabra le agradezco su gesto con una sonrisa. Retoma su camino y le despido con un ademán de la mano.

Recojo el ramillete y me meto en casa. Coloco las flores en un jarroncillo y enciendo una vela, prendo un Palo Santo. Poco a poco se esparce el humo llenando la habitación con su aroma dulce y leñoso, mientras susurro “Que el espíritu del Palo Santo limpie y proteja este hogar. Que esta madera sagrada atraiga a este hogar las mayores bendiciones y fortunas. Gracias. Gracias. Gracias.”

El día promete y siento como las cadenas que oprimían el arrojo se hacen añicos. Respiro con profundidad, la vida es bella si podemos vislumbrar los pequeños detalles de cada día y apreciarlos, porque esa es la felicidad, los pequeños y brillantes fragmentos de lo cotidiano.

 

 

lunes, 1 de febrero de 2021

LA PIRATA QUE LLEVO DENTRO

“Sabes demasiado, viejo pirata. Un contrabandista tenía que conocer a los hombres tan bien como las mareas o no duraba mucho tiempo en el negocio.” George R. R. Martin 

Tras dos meses de paro literario obligatorio por hospitalización y convalecencia intento retomar actividad. No es nada fácil, aunque podría narrar muchas anécdotas que me han ocurrido en este tiempo, muchas nefastas, otras generosas y alguna que otra que había que tomárselas con humor. Dados los tiempos de cambio y dificultades que nos han tocado prefiero escribir siempre hacia la esperanza y el optimismo.

Conviví durante dos semanas con la demencia y el olvido, con el dolor de otras personas, con la negligencia administrativa que conlleva más sufrimiento añadido a la enfermedad. Pude comprobar que la mayoría de los profesionales son estupendos y que, algunos de ellos (médicos), carecen de empatía y educación pues ellos no han estudiado diez años para trastabillar con obstáculos burocráticos (palabras textuales) y sufrimiento de las personas. Aunque después de esas dos semanas caí en manos de dos traumatólogos de comprensión y trato considerable, humanos. 

Y no quiero ya hablar del dichoso virus y la consabida pandemia; dormía incluso con la mascarilla y todo el día con el desinfectante a vueltas y sin moverme de mi cama. Una mañana me dio unas décimas de fiebre ajenas al bicho, pero pude comprobar como el pánico se apoderó de mi entorno. Con rapidez me hicieron una “pcr” y, tras saberse negativa, las aguas volvieron a su cauce.

Cohabité con personas desconocidas, ingresadas también y familiares, con los que el sufrimiento te une, incluso para siempre. Personas buenas que comparten desde un dulce, una botella de agua o palabras de ánimo, aunque su corazón también esté destrozado. 

Mi agradecimiento eterno a mis ángeles que velaron por mí en todo momento. A mi hija que a penas se separó de mi cama porque no podía entrar nadie más y a mi hijo, padres, hermano y sobrino que sufrieron en silencio y en la distancia cada instante. He de dar las gracias a la tecnología que me permitía verlos y hablar con ellos todos los días. 

Y no puedo dejar de mencionar a todos los amigos que no han dejado de estar presentes en estos aciagos días y siguen preguntándome e interesándose por mí. En los malos momentos es donde se desnuda el corazón de los camaradas.

En fin, que tras diez y ocho días por los entornos hospitalarios volví al añorado hogar con mis seres queridos y mis gatas. Ya con el luto y el adiós a una parte de mi cuerpo, dispuesta a retomar la existencia sin ella. Asumí que la vida y las personas son maravillosas y que tenemos que seguir hacia delante; uno se posesiona, llora, se despide de su pie y cierra el cuento definitivamente. 

Y aquí me tenéis, transformada en una pirata literaria, eso sí por la falta de mi pie, que no pretendo saquear ideas a nadie. Cambiaré el loro por mis gatas que siempre anda cerca de mí y del ordenador donde escribo. Y mi barco será la imaginación y mis libros que siempre me llevan lejos, muy lejos; o cerca, muy cerca del que disfruta con mis palabras. 

Seguiré surcando los mares, con una sonrisa en mi rostro percibiendo el aire fresco y sabiendo que soy una persona afortunada por todo el amor que me rodea, manejando el timón de mis sentimientos hacia rumbos siempre auténticos y positivos. Superando marejadas y tormentas con ánimo y sin desfallecer, dando voz a las injusticias. 

¡Brindar, compañeros Yo-ho, yo- ho la botella de ron! 

¡Gracias!

lunes, 15 de junio de 2020

Diligentes y Sagaces

Este relato está escrito en homenaje a una de mis autoras favoritas, Karen Blixen. Muchas de las palabras del cuento están copiadas del mismo para darle a conocer de la manera más fiel, aunque el cuento real tiene más personajes y anécdotas. Espero que disfrutéis con él y que os anime a leer más trabajos de esta autora.

“En el arte no hay misterio. Haz las cosas que puedas ver, ellas te mostrarán las que no puedes ver” Karen Blixen

Ella vivía en su castillo, su hogar, otros opinaban que era una jaula de oro. En sus quinientos metros cuadrados de jardín y casa se sentía libre. Sus libros la aventuraban cada día a un universo nuevo y cada amanecer lo compartía con un personaje insólito.
Amelia era una persona diligente de esas rápida en soluciones y compromisos, trabajadora incansable y sagaz. En estos tiempos de pandemias e inapetencias ni un solo día había dejado de mantener una rutina de actividades. Decidió apagar la televisión, mantener la boca cerrada y la imaginación errante. Y cada noche exhausta se dormía abrazada a un libro.
Una noche conoció a un personaje inusual, de batallas perdidas y pasiones olvidadas entre las páginas de un libro de su abuelo. Un personaje taciturno, de tez blanca y ojos avispados, sobre su cabeza un gorro borsalino a juego con un abrigo marrón. Modales educados, pero ademanes toscos. Fue la primera noche intrigante de las muchas que la aguardarían de visitas imprevisibles.
Recostada en su sillón de orejas, poco a poco fue perdiendo la consciencia agarrada de la mano de aquel personaje, y el libro calló al suelo. Todo quedó a oscuras hasta que atravesaron el umbral de una puerta desvencijada. Amalia se asomó a una habitación donde apenas había muebles, tan solo un sillón de oreja, el de ella, frente al fuego de la chimenea, un libro en el suelo y un candil de tenue luz.
Sin saber cómo, al instante, estaba sentada dentro y la figura a sus pies, recostada en el suelo. Se quitó el gorro y una melena rubia y ondulada peinada en un elegante moño quedó al descubierto. Se desabrochó el abrigo y dejó ver un vestido blanco de corte sencillo con grandes bolsillos picudos a los lados. Se desanudó las trencillas de los zapatos blancos y marrones y los colocó al lado uno frente a otro, como para detener sus pasos. Sacó una boquilla y un cigarrillo de los bolsillos y tras encenderle soltó una bocanada de humo. Comenzó a hablar recostada en un cojín de reflejos sedosos.
- “Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong...” pero tal vez conozcas esta historia. Me llamo Karen Blixen, pero me conocen como Isak Dinesen.
- Claro que la conozco, es uno de mis libros favoritas −mis ojos se humedecieron de emoción− Memorias de África.
- Me alegro, pero hoy te hablaré de Babette, una francesa huida de París que vivió varios años en una comunidad luterana austera.
- Conozco también ese relato, se llama El festín de Babette. Hay partes de esa narración que me interesa muchísimo.
- Supongo que sé cuál son −inundando el silencio con una carcajada− ¿Te apetece tomar una copa de vino de Borgoña, un Clos de Vougeot de chez Phillippe, cosecha 1845, eñ que acompañó al festín?
De la nada aparecieron dos copas con un líquido rojo violeta aterciopelado. Amelia se llevó la copa a la nariz y percibió un aroma a vayas y especies. Karen volvió a dar una bocanada al cigarrillo, bebió un sorbo de vino, paladeándolo con lentitud y comenzó a narrar la historia de Babette.
- En Noruega hay un fiordo llamado de Berlevaag. En una de sus casas amarillas vivían dos hermanas, Martine y Philippa, hijas de un deán luterano fallecido. Tenían una criada francesa, Babette que había llegado hace doce años a la casa de las hermanas fugitiva y loca de aflicción. Trabajaría para las dos hermanas sin cobrar un sueldo, además era una buena cocinera.
La voz aterciopelada de Karen llenaba el silencio, era una contadora de cuentos magnífica, y a mí no había nada que me gustara más que una velada llena de palabras e historias. Seguí escuchando atenta entre sorbo y sorbo de vino.
- Babette había conseguido ser una criada digna de confianza. Un buen día, de repente, informó a las hermanas que desde hacía muchos años compraba un billete de lotería francesa, y que un fiel amigo de París se lo seguía cogiendo cada año. El 15 de diciembre de 1883 se cumplía el centenario del nacimiento del deán; sus hijas querían celebrarlo como si su querido padre estuviese aún entre ellos. Un día el correo trajo una carta de Francia para Madame Babette Hersant. Le habían tocado diez mil francos de la lotería. Babette suplicó a las hermanas que le permitiesen preparar una cena francesa para conmemorar el aniversario del deán con aquel dinero.
Amelia acurrucada en el sillón experimento una tremenda serenidad. Recordó aquellas veladas junto a su abuelo, cuando le leía uno de sus muchos libros y alimentaba su imaginación infantil. Le debía a su abuelo el don valioso de la lectura y el percibir los libros como objetos mágicos para viajar en el tiempo. Pero volvió al susurro de la narración del cuento de Karen.
- Con todos los comensales alrededor de la mesa adornada con la sutil luz de las velas, se sirvió un vasito de vino amontillado, como el que estamos degustando nosotras. Tomaron el primer plato que era una excelente sopa de tortuga. Al servirse un nuevo plato se guardó silencio “¡Increíble, es un Blinis Demidoff! Mientras comían abordaban diversos temas sobre el deán sin comentar nada sobre la magnífica comida, como si llevaran toda la vida degustándola. Volvieron a rellenar los vasos, esta vez con Veuve Cliquot de 1860, Champagne. A medida que comían y bebían, los comensales se sentían cada vez más ligeros de peso y de corazón. Minutos más tarde, sirvieron uvas, melocotones e higos frescos. De lo que ocurrió más tarde nada puede consignarse aquí. Ninguno de los invitados tenía después conciencia clara de ello. Las viejas y taciturnas gentes recibieron el don de lenguas; los oídos, que durante años habían estado casi sordos, se abrieron por una vez. Canciones se difundían en el aire invernal. Cuando finalmente se disolvió la reunión, había cesado de nevar. Los invitados de la casa amarilla se fueron a pie y andaban haciendo eses. Era maravilloso para todos ellos haberse vuelto como niños; era gracioso ver a los hermanos luteranos, que tan en serio se tomaban entre ellos, inmersos en esta especie de segunda niñez. Babette no había participado de la dicha de esa noche. Las hermanas entraron en la cocina y le dijeron a Babette que había sido una cena maravillosa. Sus corazones se llenaron súbitamente de gratitud. Babette les confesó que en otro tiempo fue cocinera del Café Anglais y que no regresaría a París pues ya no tenía dinero. Una cena para doce en el Café Anglais habría costado diez mil francos. Entonces, ahora sería pobre toda su vida. A lo que Babette replicó que nunca sería pobre. Una gran artista jamás es pobre ¿Le ha gustado mi cuento Amalia?
- Me ha traído muchos recuerdos de la niñez con mi abuelo, cuando me leía cuentos. Y me ha hecho recordar que la felicidad está en las cosas sencillas, una cena con amigos, los recuerdos, la lealtad y que el talento, en este caso la cocina, es una forma de regalo hacia los demás.
Todo se tornó oscuro, Amelia despertó en su salón, en el sillón con el libro caído al lado, las zapatillas una frente a la otra, y junto a ellas una boquilla de cigarrillo, una copa volcada y vacía y unas hojas amarillentas. Cogió las hojas de papel y leyó sorprendida las palabras escritas. Eran las recetas de sopa de tortuga y los Blinis Demidoff. Estos objetos formarían parte de otros muchos que llegarían y que guardaría como un gran tesoro en el Baúl de sus antepasados.


viernes, 6 de marzo de 2020

El Puente de los Silencios



“Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos” las cartas de Abigail Adams

He incumplido mis propósitos de año nuevo, dije que iba a escribir cada día y febrero ha sido un paréntesis hasta superar una situación. Retomo mi propósito con esta reflexión.

Hoy el día es mejor que el de ayer, aunque el de ayer no fue malo, sólo a nivel emocional intenso. He llegado a una edad que no tengo porque justificarme ni aparentar nada que no soy. Se me puede acusar de muchas cosas en esta vida, soy humana, pero de aprovecharme de mi diversidad funcional e ir dando pena ¡Nunca!

Ayer toda la familia afrontamos una situación complicada, tuvimos que ir a juicio, mi exmarido, tras marcharse hace quince años de casa con otra persona, nos ha demandado a mí y a mis hijos. Yo no busqué esta circunstancia, todo y absolutamente todo se me ha impuesto. Durante estos años mi lucha diaria ha sido por sacar adelante a mi familia y que no anidaran rencores ni venganzas.

Por desgracia el deterioro, al ir cumpliendo años, físico y emocional está verificado, incluso con informes médicos. Han sido años de muchos problemas de salud y a veces llego a pensar que he somatizado dichos problemas en mi organismo. A pesar de todas las dificultades he sido como el ave Fénix, renaciendo de mis cenizas. Por cada tropiezo he salido fortalecida y nuestra ética y honradez acrecentada.

Sólo puedo decir ¡Gracias! Con mayúsculas por todos los que ayer manifestaron su apoyo y cariño. A mis padres y hermano que jamás han dejado de tendernos la mano sin condiciones. A mi abogada a la que regañaron por dirigirse a mí de forma coloquial y cariñoso como Lolita, exigiéndola que me llamara por mi nombre, Dolores; su defensa fue impecable y con todas las tareas hechas de forma extraordinaria. A mi procuradora por presentar el procedimiento judicial de forma esmerada y por todo su cariño y delicadeza. Y a todos los amigos que se preocuparon dando prioridad a cómo nos encontrábamos, con sus llamadas telefónicas.

Ahora sólo nos queda esperar la sentencia judicial, sea la que sea, me siento muy tranquila y orgullosa. Y decir a la parte contraría también gracias por su torpeza y mal hacer. Por apoyar su defensa en que voy dando pena por mi discapacidad y problemas de salud. Creo que hoy en día el defender una situación atacando una diversidad funcional es intentar humillar la diferencia entre humanos. Uno fundamenta sus discrepancias diarias por motivos que se puedan justificar, no por capricho y desagravio.

El pasillo hasta el juzgado número cinco fue como un largo puente lleno de silencios e incomodidades. Cuando le volvimos a cruzar a la salida, los silencios se llenaron con las lágrimas de mi hija por su impotencia; sintió como si su padre se hubiera olvidado de serlo, se le rompió la confianza, difícil de recomponer. Aunque sé que el corazón noble de mis hijos, con el tiempo, perdonara aunque no olvide.

Y también agradecer al hoy mi exmarido por los dos maravillosos tesoros que tengo, mis hijos, por los que volvería a cometer los mismos errores al confiar en personas que no se lo merecen. Deseo que te vaya muy bien y que jamás tengas que cruzar el Puente del Silencio calzando nuestros zapatos ¡Buena suerte porque el tiempo y Dios pone a cada cual donde se merece!

martes, 9 de julio de 2019

El Silencio de las Orquídeas


“El punto débil de un asesino es dónde ocultar el cadáver”

Me llamo Celia y soy psicóloga criminal. Es un trabajo apasionante para mí, pero a su vez hay que estar muy preparada emocionalmente y por supuesto, que el trabajo entre en casa lo menos posible.
Mi trabajo consiste en realizar estudios de la personalidad criminal para esclarecer los factores psicológicos endógenos y exógenos que desembocan en la conducta delictiva, contribuir a establecer la peligrosidad de un individuo, perfilación criminal para las diferentes agencias de investigación y ofrecer tratamiento psicoterapéutico a reclusos.
A Irene, de 45 años, se la tragó la tierra. Nadie la había vuelto a ver desde aquella noche calurosa de julio. Mujer de 1´78 de altura y 65 kilos, cabello moreno largo y liso. El día de su desaparición llevaba un vestido estampado rojo y amarillo largo de vuelo y sandalias rojas de tacón; tenía en la espala un tatuaje de una rosa que le recorría la columna. Su marido declaró que al no llegar a casa a las 12 de la noche, se preocupó. Intentó llamarla al móvil, pero descubrió que se le había dejado en casa junto al bolso y las llaves. Lo chirriante fue que, hasta la mañana siguiente, ligeramente aturdido, no se acercó a la comisaría a interponer la denuncia por desaparición.
La amiga de Irene, Lina, nos contó que tenía una relación extramatrimonial con un abogado que la tenía emocionada y la llenaba de regalos. Lina guardaba los regalos que Adrián le hacía a Irene para que no lo descubriera su marido que la maltrataba con frecuencia.
Adrián era sospechoso en la desaparición de Irene, mantenía con él relaciones esporádicas. Se solían ver una vez al mes. Adrián por ser abogado bancario viajaba a menudo. También era sospechoso el marido de la desaparecida. Me entrevisté con ambos, y el marido me pareció un canalla de primera, burdo, soez, machista. Sin embargo, Adrián era todo lo contrario, educado, culto, vestimenta impecable y limpia; él siempre declaró que Irene se marchó de su casa la noche de autos, dando un portazo tras una pequeña discusión. Adrián quería que se fuera a vivir con él. Irene llegó a la casa de Adrián con un ojo morado y rasguños en los brazos, su marido le había pegado. Adrián no entendía cómo podía vivir con semejante energúmeno y negarse a abandonarle.
Tras las 24 horas de espera por si Irene aparecía, recomendación de la policía. El marido se presentó en la comisaría junto con la madre de Irene. La policía buscó en su banco, hospitales, aeropuertos, redes sociales y no encontraron nada. La madre de Irene reiteraba que su hija no se hubiera ido sin habérselo contado, su hija había desaparecido de forma involuntaria.
Se investigó de exhaustivamente en el domicilio del matrimonio. A penas se encontró nada fuera de lo normal. También se registró el domicilio de Adrián que desde el primer momento colaboró con la policía abriendo su casa en su totalidad, sin ningún impedimento, incluido su magnífico jardín trasero. Yo me entrevisté de nuevo con él, siempre amable y calmado, perfecto. Miraba de frente sin retirar la mirada y hablaba de Irene con devoción. Me narró como pasaban muchos ratos en su jardín charlando y riendo. Era una mujer, según él, de un carácter dulce y amable, siempre con una sonrisa en sus labios, aunque su mirada muchas veces se mostraba triste. Era coqueta, solía darse brillo en los labios antes de salir de su casa y aquel gesto cotidiano a él le seducía. Me contó sin indagar en ello muchos momentos íntimos donde pasaba horas acariciando su espalada, su tatuaje. Compartían la fascinación por las flores. Yo vi en Adrián una persona enamorada que adoraba a Irene.
Me obsesioné con aquel rostro desconocido de la foto, aquella mujer rubia de ojos verdes, con una sonrisa suave enmarcada en labios carnosos y definidos. Manos de dedos largos y uñas con esmalte francés; me fijé que no llevaba anillo de casada. Le pregunté a su marido y me dijo, retorciéndose las manos y sin mirarme a los ojos, que ignoraba dónde le tendría y por qué el día que se tomó la foto no le llevaba. Y tuvo un arrebato, pegó un puñetazo en la mesa y me espetó que odiaba aquel tatuaje y sus vestidos que dejaban entrever todo y que provocaban a los hombres. La describió como una mujer de carácter lascivo y boba.
Durante meses revisé las pruebas, todas las investigaciones llevadas a cabo sin resultados. A mi forma de ver, siempre pensé que el marido ocultaba algo, pero tenía cuartada. La tarde de autos se le localizó en un descampado por el móvil; declaró que estuvo con una prostituta. Se localizó a la meretriz la cual corroboró lo declarado por el marido, pero ¿Por qué la noche en que ella no regresó no se dejó la vida buscándola? Según él había bebido alcohol a lo largo de toda la jornada, tuvieron una fuerte discusión porque no le gustó el vestido que llevaba, demasiado escote; por la noche se acostó pues estaba resacoso y no despertó hasta el día siguiente. Pensó que ella estaría enfadada y dormiría en casa de su amiga Lina, con la que compartía confidencias y muchos días, tras las broncas, se quedaba en su casa.
Se investigó a todo el entorno, incluso hasta al jardinero de Adrián, el que le cuidaba el jardín impecable con aquel tejo antiguo, romero y plantas de lavanda; y aquellos rosales exuberantes solo de color amarillo. Nos dijo que Adrián pasaba muchos ratos en el jardín, que cambiaba con asiduidad ciertas flores con cada temporada pero que ponía mucho mimo en cuidar un pequeño parterre al lado del tejo con lirios y orquídeas también amarillos.
Soy una mujer, como científica, racional. Hacía ya casi un año de la desaparición de Irene y era cómo si se la hubiera tragado la tierra. Al llegar a casa vi sobre el escritorio de mi despacho la foto de Irene fuera de la carpeta. No recordaba haberla sacado y dejarla allí. Ponía mucho cuidado en tener recogido los expedientes y guardados en un archivador con llave.
Estaba cansada, me duché, tomé un poco de kéfir con fruta y me acosté. No me dio tiempo a pensar cuando ya estaba dormida. A las cuatro de la madrugada me desperté con mi propio grito. Soñé como una mano de dedos largos acariciaba mi rostro, era una mano etérea con uñas con esmalte francés. Fue como si hubiera una presencia en vez de un sueño. Me levanté y tomé un poco de agua, estuve casi una hora despierta, inquieta sin poderme volver a dormir. Hasta que volví a caer en un sueño profundo, y volví a soñar con una mujer al lado de un árbol rodeada de flores amarillas. Me despertó el despertador para ir a trabajar.
Presenté una solicitud para investigar en el jardín de Adrián con un georradar y tras horas de exploración y con picos y palas localizaron el cadáver de una mujer desnuda envuelta en una manta junto con unas sandalias rojas, cerca del parterre de lirios y orquídeas. Tras el informe de la autopsia se corroboró muerte por rotura laríngea por estrangulamiento.
Todos me preguntaron cómo averigüé la localización del cadáver y hoy sigo sin poder dar ninguna explicación. Me dan escalofríos de recordar el momento de la detención del asesino. Se le llevaron esposado, iba sereno, erguido y me miró fijamente a los ojos mientras embozaba una ligera sonrisa ¡Te engañé!

jueves, 4 de julio de 2019

Karma


“Lo importante no es lo que nos hace el destino, sino lo que nosotros hacemos de él” Florence Nightingale

Todo había cambiado en décimas de segundo. Josep se había marchado, huyendo con una mujer más joven. En pocos días ya teníamos fecha para juicio, él quería divorciarse. Disponía de dos años para dar un giro total a mi vida hasta la fecha del litigio. Y allí estaba yo, en la peluquería cortándome el pelo a lo pixie, después de ir a Cortefiel y comprarme el vestido más caro y escotado que encontré. Estaba dispuesta a dar un vuelco a mi vida. Sabía que no era cuestión de un día para otro, que requería tiempo, pero disponía de todo el tiempo del mundo y no tenía nada que perder.

El día anterior hablé con Alejandro, un amigo de mi juventud, un bróker con gran experiencia. Tras tomarnos unas copas entre sonrisas y recuerdos, pasé a contarle mi situación actual, y cómo había tocado fondo. Él siempre se portó bien conmigo, quiero pensar que en algún momento desistió ante mi indiferencia, pero le gustaba. Y ante mi dramático escenario, me propuso trabajar para él como trader. Incluso me planteó comenzar con un pequeño capital que él me prestaría.

Pasé la noche como una cría chica, vendiendo la vaca antes de comprarla. Con miles de perspectivas e ilusiones. Ya me veía yo como una financiera de Wall Street, estilizada, libre, pisando fuerte con unos tacones rojos despampanantes. Y nada más levantarme cogí el móvil y le llamé para aceptar su oferta.

A partir de ahí todo cambió. Días enteros delante de la pantalla y un cuaderno, estilográfica en mano y auriculares en las orejas para las formaciones. Me importaba comenzar a tomar apuntes con cierta clase y hasta me había comprado una pluma estilográfica Lamy, que no era de las más caras, pero tampoco de las baratas. También la eterna compañía de mi taza con café, unas veces cálido y reconfortante, otras frío y con hielo; pero siempre con su frase “la única manera de tener éxito, es intentarlo siempre una vez más” para no decaer en mi empeño.

Han sido dos años duros, de ganar un euro al día e incluso unos céntimos. Pero tras estos veinticuatro meses, sin apenas levantar cabeza de la mesa de trabajo, me dispongo a ir al juzgado y volver a ver la cara a Josep. Durante este tiempo yo había bajado cinco tallas en la ropa, había cambiado mi forma de alimentarme, en una palabra, mi estilo de vida. No era la misma mujer, ni por fuera ni por dentro.

Hacía un sol espléndido, el día apuntaba maneras. Puse la música de Queen y comencé a escuchar “The Show Must Go On” para continuar con “I Want to Break Free” y terminar con “We are the champions”. Mientras, me tomé mi desayuno de copos y leche de avena, mi tazón de fresas y mi vaso de kéfir. Mi cuerpo activado se dirigió al dormitorio y me puse mi última adquisición, un traje de Armani gris perla a juego con los zapatos de tacón del mismo color. Y con la cara lavada y mis cabellos cortos agarré una cartera negra que me había regalado Alejandro para este día. Sin joyas ni ostentaciones, sólo yo y mi determinación.

Alejandro me esperaba ya en el juzgado cuando llegué junto con mi abogada, que bajo la toga escondía un traje de cuero rojo, ella también se comía el mundo con su presencia. Y llegó él, barrigudo y calvo, se le habían echado encima más de veinte años, junto a una no tan joven compañera con una tripa prominente a punto de reventar. Los niños creo que deben de llegar cuando tenemos la juventud en las venas, pero ya a los cincuenta y tantos creo que nos vienen grandes.

Y todo salió como yo quise, no hubo ni juicio, sólo un acuerdo tácito que había orquestado durante dos duros y largos años de trabajo. Con semblante serio le expresé mi deseo de que ya no me pasara la pensión compensatoria. A mí ya no me tenía que mantener, yo era autosuficiente e independiente. Y le informé de que estaba dispuesta a comprar su parte de la casa a no ser que él quisiera comprar la mía. Josep reveló que no disponía de líquido para comprar su parte de la vivienda, a lo que repliqué ¡Sin problemas! Contrataría a un tasador para valorar el dinero que le tenía que dar para quedarme con mi vivienda, para ante todo ser justa.

Y ahora ya, después de la experiencia en los juzgados, aquí estoy con una copa de champagne biodinámico L’Astre 2011 de David Léclepart, un blanc de noirs repleto de personalidad entre mis manos. Frente a mí, Alejandro, mientras esperamos a que nos traigan el menú degustación en DiverXO; un restaurante con tres estrellas Michelin y decoración a veces un poco grotesca, lleno de cerdos voladores.

Comienza otra etapa de mi vida con muchas perspectivas y, lo mejor, con un estupendo compañero de trabajo y de vida. Nunca se dejen humillar, la justicia llega y coloca a cada cual en su sitio. Ahora mientras bajo el ritmo de horas de mi trabajo también tengo tiempo para mis sueños que no dejaré de buscarlos siempre una vez más.

martes, 20 de febrero de 2018

FRECUENCIAS



“El amor es un paso. El adiós es otro... y ambos deben ser firmes, nada es para siempre en la vida” Chavela Vargas

A veces la vida nos mensajea. Si estás alerta puedes percibir el aviso, el recado, la frecuencia de alerta o peligro. Fue como me paré frente a un escaparate, distraída con el móvil con más whasapps irreverentes. Cuando levanté la cabeza un escalofrío recorrió mi cuerpo. Un ataúd color pino se mostraba desafiante frente a mis ojos. Cerré los dedos de mi mano derecha salvo el índice y el meñique y me di dos toques en la cabeza, salí despavorida. Sí, mis sentimientos estaban muertos, acabados, había llegado el momento de enterrarlos.

No sé el tiempo que estuve andando, pero cuando me di cuenta me encontraba en los campos llamados de La Espada, a las afueras de la ciudad. Se decía que allí tuvo lugar el último duelo del siglo XX ¡Vete tú a saber! Mi último duelo, me tumbé sobre la grama, apagué el móvil y contemplé caer la tarde con el corazón henchido de dolor. En aquellos días de febrero había sentido la injusticia en mis carnes, y con toda mi paciencia aguanté estoicamente hasta reventar. Tenía que evaluar la situación.

Había intentado ser una dama, pero él se aprovechó de mi vulnerabilidad como tal. Y así fue como recogí el guante de la provocación, y la noche anterior solté por mi boca todo lo que me había callado durante meses. Fue como sentir que una lluvia limpiaba mis pensamientos que me estaban envenenando. Me liberé de toda emoción, comprendí que nuestra relación e intentos solo habían sido una lenta agonía hasta llegar a ese ataúd del escaparate.

Y como dicen las abuelas “hija donde se cierra una puerta, se abren una ventana”. La comunicación estaba rota, solo escuchábamos para contestar, no para entendernos. Me levanté ya con las estrellas sobre el firmamento. Me sacudí mi abrigo, estaba helada y regresé a casa.

Salí al jardín de la parte de atrás y me acerqué al álamo cuyas raíces asomaban por todas partes. Removí la tierra entre dos de sus raíces e hice un pequeño fuego con sus cartas, con todas sus vanas palabras. Toda nuestra historia de amor había sido niebla, falsas ilusiones que nos envolvieron.

Ya en mi habitación seguí necesitando el fuego y encendí unas velas. Cogí la botella de agua y me llené una gran copa que reposaba en la mesilla, estaba exhausta y sedienta. Una risa loca inundó mis entrañas y comencé a graznar como un pato. Se acabó la introspección, dejé volar mis ansias y mis miedos. Acepté sin reservas que todo había acabado. Y brindé con aquella copa de agua y volví a coger impulso para seguir graznando. El viento dejo entrar por mi ventana unas hojas del álamo, la naturaleza me acompañaba en mi circo.

La llave de mi puerta giró y pensé que la serpiente de Raúl entraría a volver a llenarme de dudas. Pero tras la puerta encontré una revelación, un ángel. La oruga se había transformado en mariposa, allí estaba Vicente, mi leal escudero, al que nunca miré con otros ojos que no fueran los de la amistad. Riendo me dijo:

- ¿Quieres una túnica para seguir perpetrando tu ritual? Loca, que estás loca. Se te oye de saltar y graznar hasta en el océano.
Me cogió la mano y poso sobre ella una gran dalia rosa.
- ¿Y esto?
- Se la robé a la señora Tina. Pensé que como este año no vas a tener regalo de San Valentín era buena ocasión para regalarte yo esta humilde flor— con los ojos semicerrados, como para lanzar una flecha— en señal de nuestros muchos años de amistad. La dalia rosa significa que te intentare hacer feliz siempre ¡Qué cursi!

Nos volvimos a reír a carcajadas. Y así se cerró el círculo, lo vi con claridad. Aquella tarde, enterré mi historia de desamor, liberé mis incertidumbres y la ocasión surgió sin que la buscara. Sus ojos, esos ojos de un verde aguacate extraño y salvaje hicieron brotar nuevas expectativas.

- También te he traído un trozo de pastel de chocolate.

Hice un ademan con la mano para que pasara. Compartimos aquel exquisito dulce como tantas veces, en el alfeizar de la ventana. Comenzó a llover y el ambiente se respiraba fresco y limpio ¡Señales!

domingo, 25 de junio de 2017

UN LOUIS VUITTON EN LA BASURA


“Amantes del mundo: a veces es más hermoso recordar que vivir” Chavela Vargas

Encontré en el contenedor de basura un bolso, imaginé que de imitación, , un Louis Vuitton lleno de cartas y fotos artísticas. Me llamó tanto la atención que rebusqué más dentro de él. Al mover el contenido subió hasta mi nariz un olor apergaminado a flores secas. Las fotos me parecieron una maravilla. Miré a ambos lados del contenedor como cuando se está cometiendo un delito y arramplé con aquel bolso que parecía sin estrenar, que colmaba un contenedor repleto de porquería. Sentí como unos ojos se me clavaban en la nuca, seguro que la señora Basilia me había visto. Agaché la cabeza y me dirigí al portal. Ya bajo el cobijo de las paredes de éste, me relajé y volví a mirar afuera. Vi como unas cortinas azuladas se movían como si, con rapidez, alguien se hubiera escondido tras ellas, pero esa no era la ventana de la señora Basilia.

No me dio tiempo a entrar en mi piso. La puerta de frente a la mía se abrió y apareció la señora Basilia dándome las buenas noches “Hola Lena”. Me miró de arriba abajo y con medía sonrisa en su cara me espetó con sorna que si había encontrado un bolso de diseño en la basura ¡Lo sabía! Me había fisgado, esa hurraca chismosa miraba el bolso con avidez. La conteste “Cada día señora Basilia, no se puede imaginar los tesoros que puedes encontrar entre la porquería”. Sin darle tiempo, abrí mi puerta, la di las buenas noches y entré en mi territorio.

Con ansia puse el bolso boca abajo sobre la mesa del salón. Había dos clases de sobres, unos normales y otros de color azul. Los clasifiqué en dos montones, dejando revueltas todas las fotos. Una a una fui cogiendo las fotografías: ventanas con cristales mojados, manos entrelazadas, pies descalzos sobre una tarima, unos ojos con lágrimas, un cuerpo de hombre desnudo girando entre muebles de salón, una toalla tirada en la ducha. Aquellas imágenes eran espectaculares, quien las hubiera hecho tenía un don para captar ese momento preciso e impactante y todas sin rostro. Todas las fotos tenían fecha por detrás, pude comprobar que eran de 2015.

Entre las fotos había pétalos de rosas secas, en su momento rojas. Volví a meter las fotografías con los pétalos secos en el bolso. Mi noche aburrida de viernes iba a ser diferente, estaba deseando leer las palabras que arropaban aquellos sobres ¿Por cuál empezar? Cerré los ojos y acerqué la mano a la mesa, cogí uno de aquéllos de la parte de abajo del montón.

La carta de color azul contenía dos folios escritos de forma cuidada. Desprendían un olor cítrico muy sutil:

Mi amado Manuel:

Como cada noche te escribo. Ha sido un día duro, me hubiera gustado tenerte a mi lado, pero las responsabilidades, como siempre, nos encadenan. Ahora estarás en tu casa junto a Adela, compartiendo la cena con Valeri. Todo en perfecta armonía mientras yo anhelo tus caricias. Me salva saber que, con cada bocado, según tus palabras, también me echas de menos. Es duro ser la otra y saber que nada por mucho tiempo lo podrá cambiar. No sé por qué sigo a tu lado viéndonos cada jueves en mi piso. Con esas dos horas colmo la semana. Tú me dices que esas dos horas te hacen continuar en tu lineal vida, llena de recursos y vacía de sentimientos.

Cada jueves cuando te vas me digo que será el último. Y cada jueves vuelvo a caer presa de tus caricias y besos ¿Es aceptable y valioso seguir viéndonos? Te amo o te necesito, no lo sé. Esas dos horas, ese mensaje en el móvil todas las mañanas diciéndome que como siempre te vas a poner a escribirme, ese beso por las noches también en el móvil ¿Qué me deja?

Miles de fotos salen de mi cámara todos los días, siempre guardo una que me recuerda a ti, algún detalle que sólo yo sé que eres tú, en esencia. Fotos con alma entre muchas vanas de modelos, posturas y trapos. No sé el tiempo que podré aguantar viviendo de limosna, pero sé que un día si tú no vienes a mí definitivamente, me iré para siempre. Ese instante llegará cuando esté preparada, no puedo ser eternamente la otra…

A las tres de la madrugada había leído todas las cartas, las azules de ella, las blancas de él. Descubrí que cada jueves el devolvía las cartas de ella, no podía quedárselas, las mantenía en el cajón de su oficina hasta entregárselas de nuevo. Eran la prueba de un delito que no podía permitirse, demasiado capital en juego. Coloqué también los sobres por fechas entremezclados. Y volví a leer la última, por supuesto de ella, la que más había dado y más había perdido. Era breve, tan solo unas cuantas palabras y una mancha de tinta corrida al final.

Hola Manuel:

Esta es la última carta que te escribo. Me marcho a París por un tiempo entre calles bohemias y corazones rotos. Llegó el momento que temía, me cansé. No quiero que me busques, ni que me encuentres. Sé que no quieres que te deje y créeme si te digo que te amo más que tú a mí. Yo dejaría todo por ti. Viviré por un tiempo en los recuerdos hasta que ese mismo tiempo me cure de tu aroma, de tus caricias, de tus detalles… El jueves vendrás, abrirás con tu llave, me llamarás como siempre lo haces entre dulces susurros ¡Beatrice! Pero yo ya no saltaré sobre tu cuerpo entrelazando mis piernas, no me derretiré entre tus labios, no caeremos al suelo entre amasijos de ropa, ni haremos el amor en la entrada. No, Manuel, pues ya me habré ido. Te dejo mi bolso de Louis Vuitton, ese que me trajiste un jueves a tu regreso de Italia, antes de ir a casa; ese que jamás me atreví a estrenar, como si fuera la prueba del delito. Todas nuestras cartas y mis fotos las guardé ahí, ya sabes dónde están los contenedores de basura. Lo imperecedero se lleva en el recuerdo. Te deseo todo lo mejor mi amor.

Beatrice.

Las cartas de él, aun llenas de alabanzas y deseos, me parecieron frías e impersonales. Cuanto desamor en las palabras de ella. Aquella mujer desconocida me había robado el corazón, ella le amaba y tal vez él ahora sabía lo mucho que había perdido, o tal vez no. A veces es difícil saber lo que piensan algunos hombres de raciocinio intenso, de esos que por miedo no dejan escapar un sentimiento por si se vuelven vulnerables.

Bebí un gran trago de vino, ese que me servía los viernes para reconfortar la noche frente al televisor hasta que me quedaba dormida. Mañana llegaría Samuel, sobre las ocho y me encontraría dormida en el sofá, pero esta vez con la tele apagada y un bolso de Louis Vuitton sobre la mesa, valioso en emociones. Importaba poco si era de imitación u original.

Me levanté del sofá y fui hacia la ventana. Hacía mucho calor y comenzó una tormenta de verano que amenazaba la oscuridad. Cerré las ventanas y de frente vi a un hombre entre unas cortinas azules, mirándome con firmeza, no sé ocultó. Aquel tipo era ese que cada mañana salía con su imponente Chrysler negro importado, un tipo nervudo y serio, un tipo frío e impersonal.